sábado, 29 de junio de 2013

Mi Quebrantahuesos 2013: Valoración crítica

Fotografía de la Organización de la Marcha Cicloturista Quebrantahuesos
Durante estos días he leído muchas críticas con respecto a la Marcha Cicloturista Quebrantahuesos. Al margen de la entrada que he escrito con mis vivencias, me gustaría hacer una valoración de los aspectos que viví en primera persona.

Entrega del Dorsal y bolsa del corredor

- Perfectamente organizado. Sin colas.
- La bolsa del corredor contenía lo esperado. Quizás la talla del maillot es algo escasa pero es la que solicité al inscribirme

Zona de salida

- No tuve problema para ubicarme donde correspondía siguiendo los carteles indicadores.

Seguridad

- Sensación absoluta de seguridad reforzada por los cortes de tráfico y el buen hacer de los voluntarios. También vi muchas ambulancias siguiendo la carrera

 Avituallamientos

- Los líquidos, sin problemas.
- Con respecto a los sólidos eché en falta algo más contundente (no me gustó mucho el sandwich) para quienes no tomamos geles o similares. Eso sí, entiendo que es lo habitual en este tipo de pruebas así que poco que objetar.

Asistencia mecánica

- No la necesité pero tuve la sensación de que había un buen número de coches a lo largo del recorrido. Era mi primera Quebrantahuesos así que no puedo comparar con otros años.

Zona de meta

- El escalón de los lectores de chips me pareció algo peligroso, sobre todo si hacías el canelo (como fue mi caso). En cualquier caso, creo que causó más de una caída así que es un aspecto mejorable.

Servicio post-meta

- Ducha reparadora en el polideportivo sin problema alguno.
- No llegué a tiempo de probar la fideguá pero sí me dio tiempo de tomar una cerveza y me dieron unos yogures.
- Tampoco llegué al masaje, aunque conociendo a la Escuela de Fisioterapia de la Universidad de Zaragoza, seguro que sería estupendo. 
- Entrega muy rápida del diploma y la medalla. Cuando llegué había demasiada cola para grabar el tiempo y el nombre en la medalla así que volví después de la ducha. Entonces, sin problemas.
- No localicé el lugar donde depositar la bolsa personalizada donde había guardado mis desperdicios.

Voluntarios

Un 10. Sin duda, el alma de la marcha. Bravo por vosotros.
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Por último, me gustaría dedicar un apartado especial para analizar algo que me molestó especialmente: el comportamiento de algunos cicloturistas.

Me parece intolerable la falta de respeto de quienes arrojan deliberadamente sus desperdicios de cualquier manera. No lo entiendo en el ciclismo profesional (ya va siendo hora de que cambie) pero en una prueba cicloturista no lo puedo concebir. 

He leído muchas críticas a la Organización, algunas completamente justificadas. Somos más de 10.000 participantes y cada uno tenemos nuestra visión. Seguro que hay aspectos que se pueden mejorar. Sin embargo, en mi modesta opinión el único aspecto que pone en peligro la sostenibilidad de la Marcha Cicloturista Quebrantahuesos es la marranería de los participantes.

Espero y deseo que la Organización tome cartas en el asunto. Yo desde luego propondría la eliminación inmediata (con sanción de por vida) de aquellos que ensucian un entorno por el cual es un auténtico privilegio pedalear. Por desgracia, creo que sería la única manera de la que todo el mundo nos concienciáramos de tirar los desperdicios en los lugares habilitados.


Mi Quebrantahuesos 2013

He dejado reposar una semana todo lo vivido el pasado fin de semana en la XXIII Marcha Cicloturista Quebrantahuesos antes de ponerme a escribir acerca de todo lo vivido. Como ya comenté en la entrada dedicada a la Marcha Cicloturista de los Lagos de Covadonga, este era un reto personal que hace un año - cuando presencié el discurrir de la marcha en el puerto de Somport - ni se me hubiera ocurrido plantear.

La previa

Digeridas las viandas y la euforia deportiva del fin de semana en Asturias, la semana previa a la Quebrantahuesos se me hizo bastante cuesta arriba. Bien sea porque cogí frío o bien - según el diagnóstico de un ultraconocido mío- por la "somatización de los nervios previos a la carrera" tuve el cuerpo bastante revoltos. Así las cosas, la semana apenas me dio para un paseo de apenas 30 Km con pésimas sensaciones.

Llegado el viernes y siguiendo un buen consejo que me dio un veterano de la prueba, acudí a Sabiñánigo a recoger el dorsal. Ya por la carretera, muchos vehículos porteando bicicletas vaticinaban el impresionante ambiente que íbamos a encontrarnos en Sabiñánigo. Me hice con el dorsal y, no sin antes aprovechar la coyuntura para fotografiarnos con Fernando Escartín (antes habíamos visto a Joseba Beloki, Edurne Pasabán o al gran Javier Moracho), regresamos a Huesca pues a la mañana siguiente tocaba madrugar. Además, antes de ir a la piltra había que dejar bien ubicado el dorsal y todo el material imprescindible para el gran día.

Llegó el día: el madrugón

Teniendo en cuenta la hora de salida y la ingente cantidad de corredores que íbamos a coincidir en Sabiñánigo, establecí las 4 de la madrugada como hora de levantarme. Por más veces que me suceda, no deja de fascinarme como en este tipo de ocasiones el cerebro gestiona el sueño y logra que abras los ojos apenas unos minutos antes de que suene el despertador. Chapeau.
Desayuné lo previsto (tostada, tortilla francesa con jamón y plátano) y tras proceder al estucado de mi cuerpo con factor solar 50, cargué la bici en el coche y me puse rumbo a Sabiñánigo por delante de un buen número de cicloturistas que aguardaban el transporte con sus burras a lo largo del Coso Alto oscense.
 
Sabiñánigo: la salida

 Al contrario de lo que temía, no me resultó especialmente difícil aparcar en Sabiñánigo. De hecho, pude hacerlo al lado de mis amigos S. y M., lo cual me dio mucha moral para arrancar la mañana. Todavía con las dudas del "¿qué ropa me pongo?" por lo incierto de la meteorología, desperezamos las bicicletas y nos pusimos en marcha rumbo a la salida. S. y M. aún tuvieron arrestos de parar a tomar un café. Mi canguelo y yo nos quedamos guardando las bicicletas mientras una marea de corredores anunciaba inequívocamente que la hora de la salida estaba cercana.

Con suma cautela me acoplé al interminable pelotón que se dirigía a la salida. En las proximidades, me separé de S. y M. - cuyo tiempo les hacía merecedores de cajón de salida - y por la circunvalación que rodea Sabiñánigo me situé en la posición de salida.

No sé si más por frío o por miedo, lo cierto es que mis piernas amenizaron la interminable espera hasta que sonó el cohete de la salida - primero- y hasta que nos pudimos poner en movimiento -después- con un rítmico e inédito tembleque.

De Sabiñánigo a Jaca

Dada mi inexperiencia en rodar en grupo, intenté ubicarme lo más rápidamente posible a la derecha con el fin de permitir que me adelantaran con facilidad y poder reaccionar más rápidamente ante cualquier circunstancia. Lo cierto es que no tuve tanta sensación de peligro como hubiera pensado. Eso sí, apenas pude distraer la mirada hacia la gente que atestaba la calle Serrablo de Sabiñánigo a pesar de lo temprano de la hora y del a esas horas desapacible frío mañanero.

Seguramente a causa de mis temores, el tramo entre Sabiñánigo y Jaca se me hizo especialmente duro. En ningún momento pude integrarme en un pelotón en el que fuera cómodo. Mira que es difícil, pero terminé comiéndome solo la práctica totalidad del tramo de autovía, aderezado para más frustación con cierto viento de cara que martilleaba los consejos de mi hermano "sobre todo, no vayas solo entre Sabiñánigo y Jaca". En fin..

De Jaca a Somport

Realmente empecé a sentirme cómodo cuando enfilé hacia el puerto de Somport. Siempre con la premisa de guardar, guardar y guardar me integré en un grupo e incluso entable una agradabilísima conversación con un cicloturista de Alcala de Guadaira. Incluso me detuve cuando, al paso por Villanúa, él se paró a hacer una foto a "El Duende Eléctrico", que amenizaba el paso de los corredores provocando los vítores de todo el mundo. Después, fui el acompañado cuando propuse parar a regar la cuneta

Calma total hasta Canfranc y allí me separo un poco de G., mi nuevo compañero de fatigas. Sé que en lo alto de Somport me espera gente pero sobre todo quiero llevar siempre el ritmo que me pida el cuerpo. Ni más ni menos.

Fotografía de Jesús Alastruey
Me sorprende que no se pase por Candanchú. Según sabría después, un desprendimiento lo impidió. El gentío en los últimos metros del alto de Somport me lleva en volandas hasta donde me espera mi gente. Me detengo, charlo un poco con ellos, cojo el periódico que me ofrecen y me muevo hacia el avituallamiento, donde cojo un sandwich de jamón y queso y relleno de bebida. Me pongo el chubasqero, me despido de los familiares y me dispongo a bajar el puerto. Desde ahí todo el recorrido es nuevo para mí.



Bajada del Somport

Al estar cortado el tráfico, el descenso de Somport se me hace muy sencillo. Aunque con precaución, puedo relajarme y me siento cómodo. No me adelanta mucha gente ni tampoco adelanto yo a demasiados cicloturistas.

Por primera vez logro integrarme en un grupo de no más de veinte personas. Charlo con uno de sus integrantes, un pamplonés que me da ánimos y consejos para lo que queda por delante. A pocos kilómetros del inicio del nuevo puerto y justo tras pasar una rotonda, el corredor que va justo delante de mí saca algo de su bolsillo trasero y con total desprecio lo tira a la cuneta. No me puedo contener y le echo un grito. Es algo que no puedo comprender y algo que terminaría indignándome sobremanera a lo largo de todo el recorrido. Con el cabreo todavía en el cuerpo, me dejo caer del grupo y paro en una cuneta a quitarme el chubasquero y hacer la evacuación de rigor.

De Escot al Marie-Blanque

Un intolerable reguero de desperdicios de geles, periódicos y otras guarrerías señala la llegada a Escot, que es donde comienzan las primeras rampas del Marie-Blanque. Del puerto destacan los últimos cuatro kilómetros, un pechugazo continuado que requiere un buen desarrollo para no terminar arrastrando la bicicleta. Esquivando a quienes lo hacían pude coronar sin grandes sufrimientos, aunque teniendo que recurrir a la mítica pregunta de "¿cuánto queda?" con algún espectador.
A pocos metros para la cima, ya con los acordes del gaitero de fondo se me une nuevamente G., lo cual me alegra muchísimo.

En la cima, fotografía de rigor, chubasquero y vuelta a la bicicleta.

Del Marie-Blanque a Laruns

Intenté disfrutar del impresionante paisaje del descenso del Marie-Blanque pero con las cautelas habituales, que en este caso incluían esquivar los caballos y vacas que campaban a sus anchas por la zona. A esas horas (la 1 de la tarde, aproximadamente) el día era espléndido. No puedo evitar detenerme para hacer una fotografía de lo que estaba viendo. Impresionante.

Perfectamente asesorado por los voluntarios que informaban de las curvas más peligrosas llegué de nuevo al terreno llano. No tardó mucho en adelantarme un grupo al que me agregué hasta una nueva parada para volver a quitarme el chubasquero. 

El Portalet

Nuevamente con G. a mi vera, comencé la ascensión al Portalet. El Portalet no tiene rampas tan duras como las del Marie-Blanque pero a mí me supuso todo un reto - sobre todo mental- por su longitud. Recuerdo mirar el altímetro en el primer cartel que indicaba que restaban 27 Kms a la cima. Recuerdo volverlo a mirar cuando varios minutos después todavía quedaban 26. Y recuerdo hacer cuentas de cuántas horas podía costarme llegar a la cima al ritmo que iba. Recuerdo que me quedaba poca agua y recuerdo que tenía pocas ganas de comer lo que llevaba en el bolsillo. Y entre recuerdo y recuerdo, seguían quedando más de veinte kilómetros para la cima.

Paré en el avituallamiento líquido más por recuperarme mentalmente que por necesidad. Eché un vistazo al perfil y me di cuenta de que todavía quedaba todo un mundo. Un voluntario me comentó que apenas a 8 Kms había otro avituallamiento y me subí a la bicicleta marcándome pensar más en ese hito que en la todavía lejana cima.

Coincidiendo nuevamente con G. en algún tramo, llegué al avituallamiento con intención de comer algo tranquilamente para afrontar el tramo final. Apenas quedaba nada sólido más allá de fruta y frutos secos. Tiré de fruta, me relajé un poco y reemprendí la marcha.

Fotografía de Sportograf
Desde ahí hasta la cima mis sensaciones mejoraron sobremanera. Cogí un ritmo cómodo y comencé a ser consciente de que el Portalet no se me iba a resistir. Como me dijo otro cicloturista, ya estábamos "a un paso de casa". Durante unos metros me integré con un grupo de madrileños que iban todos juntos grabándose un vídeo. Les pregunté acerca de lo que quedaba de puerto y me dijeron que era muy parecido a la zona que estábamos subiendo, lo cual me animó muchísimo.

Ya con el paisaje indicando que la cima estaba próxima, me pemití el lujo de echar la vista hacia atrás, degustando todo lo que había sido capaz de ascender. Una emoción indescriptible me invadió cuando vi las primeras casas del Portalet. Ya coronado, me detuve a ponerme el chubasquero y a enviar un mensaje de júbilo a quienes me aguardaban en Hoz de Jaca.

Del Portalet a Hoz de Jaca

Con la piel de gallina empecé el descenso. Pude ver a los fotógrafos de la organización apostados en la cuneta pero me centré en no tener ningún percance, aunque una vez más aluciné con lo bonito del paisaje. Es un auténtico lujo poder ir en bicicleta por semejantes parajes.

En el desvío hacia Panticosa me detuve para quitarme por última vez el chubasquero. Ya pasado el Pueyo de Jaca me uní a otro corredor con el que mantuvimos un diálogo que me imagino sería muy repetido durante toda la jornada: "Este puerto sobra". Bromas aparte, me centré en la subida, pensando en puertos similares que había subido durante la preparación y sobre todo en que en los metros finales iba a estar mi gente para darme el empujón final.

Fotografía de Inés Luna
Pasada la primera rampa dura, vi a lo lejos un cartel que pensé indicaría "1 Km para la cima". Conforme me acercaba vi primero el símbolo de una calavera y posteriormente un anuncio que anunciaba inequívocamente la presencia del "Hombre del Mazo". Con una sonrisa en la oreja lo vi aproximarse y la sonrisa se tornó carcajada cuando descubrí que se trataba de alguien conocido. Recibí con dignidad su agresión y tiré para adelante consciente ya de que me quedaba apenas un kilómetro ("bueno, por no mentir un poco más, como bien matizó a voz en grito el Hombre del Mazo"). Recta. Curva a izquierda. Curva a derecha y a lo lejos, mi gente. Grito. Me ven. Me animan. Me emociono. Paro. Lo celebro.

Decido cambiarme de ropa y dejarles todos los complementos de abrigobrigo que llevo. Me pongo el maillot de la cruz de San Jorge que utilicé en Lagos y saco de la bolsa de herramientas la camiseta azulgrana de la SD Huesca con el dorsal 15. La que me regaló Joaquín Sorribas, la prenda con la que había soñado entrar en meta. Me la pongo, me despido de mi gente y emprendo los apenas doscientos metros de subida que me quedan con energías renovadas. Así llego a Hoz de Jaca donde resulta imposible rechazar algo en un avituallamiento que irradia entusiasmo e ilusión. Ya casi estamos.

De Hoz de Jaca a Sabiñánigo

La bajada de Hoz de Jaca hacia el pantano de Búbal es sinuosa. Veo una curva protegida con colchonetas. Algunas de ellas están movidas, síntoma inequívoco de que alguien se las ha llevado por delante.

Tras la presa de Búbal, el repecho que lleva a la carretera nacional saca exabruptos y risas de quienes allí hemos coincidido. Llegamos a la carretera nacional y todo el mundo se lanza hacia Sabiñánigo.

Nuevamente me quedo en solitario, pero esta vez es voluntariamente. Me dedido a disfrutar, a pensar en lo que estoy a punto de lograr. Me vienen tantas cosas a la mente... Pasado Biescas decido hacer la última parada. Esta vez me quito las gafas y me lavo la cara. Quiero salir bien en la foto.

Llegando a Sabiñánigo me uno a otro corredor. Nos felicitamos. Nos damos la mano. Gritamos. Estamos contentos, apenas faltan cinco kilómetros. Años atrás los recorrí corriendo, aunque en sentido contrario. Pongo el plato pequeño, qué más da el tiempo. Quiero saborear el final.

Pasado el desvío hacia Pirenarium la meta está en bajada. Escucho a mi gente, levanto el brazo y cierro el puño. Fruto de la euforia levanto la rueda delantera con fuerza en el primer resalto de los sensores de meta. Después de tanta precaución durante toda la jornada, casi me la pego en el último momento pero qué más da. Estoy en meta. Me fundo en un abrazo con los míos (menuda panzada de esperarme) y sigo disfrutando cada segundo. He terminado la Quebrantahuesos.  




martes, 18 de junio de 2013

Clásica Lagos de Covadonga 2013

Retomo esta abandonada bitácora para levantar acta de las sensaciones vividas en la Clásica Cicloturista de los Lagos de Covadonga que tuvo lugar el sábado 15 de junio en Cangas de Onís (Asturias).

El origen

Siempre me ha gustado la bicicleta pero por mis condiciones físicas nunca me había planteado hacer una cicloturista y mucho menos una que incluyera un puerto tan imponente como el de los Lagos de Covadonga. Mi radio de acción con las dos ruedas no pasaba de mi admirado Salto de Roldán, el Castillo de Loarre o contadas gestas rondando el centenar de kilómetros por las faldas de la Sierra de Guara. 

¿Cómo surgió entonces la chaladura de inscribirme en esta marcha cicloturista? Como suele pasar, de manera totalmente imprevisible: te enteras de que un amigo tuyo ha tenido un pajarón en una excursión ciclista y le envías un mensaje dándole recuerdos del "Tío del Mazo", invitas a otros amigos a la conversación y terminas picándote para quedar un día y dejar que hable el asfalto en vez la pantallica táctil. Entre medio subes a ver la Quebrantahuesos al Puerto de Somport y entrenas un poquico para no hacer demasiado la risa en las rampas de Loarre, le coges el gustillo y al final alguien dice "tendríamos que apuntarnos a una marcha todos juntos". Y claro, como para la inscripción para Lagos había que esperar a febrero, qué mejor manera de saciar la anglucia que invertir 3€ en la preinscripción de la Quebrantahuesos (total, ya puestos...)

Sea como fuere, desde el último tercio de 2012 comencé a tomarme más en serio el tema de la bicicleta teniendo en mente probar suerte en alguno de los citados retos. Durante el invierno y la primavera, la ilusión de terminar ambas marchas me ha hecho vencer la pereza que supone salir en días de auténtico frío o infame ventolera. Bien fuera con los amigos o sólo acompañado por la familia en la distancia - que aunque no pedalee, forma parte y mucho del reto- he ido completando un número de kilómetros tan insuficiente a ojos de los cicloturistas más habituados como inverosomíl para mis condiciones de contorno.

La previa

Nos habíamos inscrito un grupo de 7 amigos a la Clásica. Aunque finalmente la baja de última hora de A. nos dejó en 6 cicloturistas, fuimos 9 personas incluyendo la hinchada. Nos intentamos organizar para llegar a la zona el mismo viernes con el fin de disfrutar del entorno y la gastronomía local. Aunque nuestra falta de previsión nos impidió ubicarnos cerca de la salida (Cangas de Onís), terminamos alojados en un pequeño pueblo del concejo de Llanes, Villanueva de Pría, desde donde hemos podido disfrutar de fenomenales escapadas a sitios tan espectaculares (de cine) como los Bufones de Pría, o las playas de Gulpiyuri, San Antolín, Torimbia, La Canal o Cuevas del Mar.
 
Rompiendo cualquier planificación de dieta disociada o equivalente que se precie, no escasearon en nuestra dieta ni la fabada, ni el potaje asturiano, ni el cabracho ni la ternera de la zona ni por supuesto la sidra, que sabe diferente cuando te la tomas en Asturias con tu gente.

La salida

Tras un buen madrugón y la aproximadamente media hora que nos separaba de Cangas de Onís, aparcamos en una explanada no muy alejada de la zona de entrega de dorsales. Pertrechamos las bicis con los dorsales - personalizados, por cierto-, llenamos los bolsillos de viandas y nos dejamos atormentar por las típicas dudas (que si me pongo o no camiseta interior, que qué hago con el buff, me pongo el chubasquero ya o me espero...). 
A poco menos de un cuarto de hora cruzamos el Sella por un puente peatonal y nos ubicamos en una calle transversal a la de la salida, en espera del comienzo de la marcha y sin tener conciencia de si estábamos muy lejos o muy cerca de la zona inicial. A toro pasado, me di cuenta de que ni nos enteramos del homenaje a Carlos Barredo ni de nada de los actos de la salida pero personalmente, yo estaba con bastantes nervios por ser mi primera cicloturista y sobre todo por enfrentarme al reto de rodar en mi primer gran pelotón.
Posando para las fotos de rigor y haciendo de fotógrafo para algunos cicloturistas que me rodeaban, se hicieron las 9 de la mañana, hora fijada para el inicio.
Una vez arrancó la prueba, anduve unos metros a la pata coja hasta que me sentí lo suficientemente seguro como para colocarme la cala y empezar a pedalear. Tal como me habían aconsejado me coloqué lo más a la derecha que pude con mil ojos en mi entorno (tal es así que ni vi el famoso puente de Cangas) intentando no perderme demasiado de mi grupo, que había arrancado con bastante más seguridad que yo.


De Cangas de Onís a Ribadesella

El perfil del tramo entre Cangas de Onís y Ribadesella es bastante favorable. No diré cómodo porque no lo fue para mí y no será por los desvelos de mi grupo, especialmente de M. y C. que se iban descolgando de sus pelotones y me señalaban su rueda para ubicarme adecuadamente, pero entre los nervios y ese "guardar, guardar, guardar" que había grabado a fuego en mi mente para llegar en condiciones a la subida de los Lagos me hizo sugerir a mis acompañantes que tiraran hacia adelante, aunque C. finalmente se quedó conmigo dándome una enorme tranquilidad.

Me recuerdo mirando alucinado el GPS por la rapidísima velocidad a la que íbamos y yo diciéndole a M. que tirara para adelante porque me veía demasiado alto de velocidad y de pulsaciones para el momento en el que estábamos. Igual de inolvidable es la respuesta de M. ("Ni caso. Esas pulsaciones son de otro") o el grito de júbilo al adelantar a J., que se había parado a evacuar en una cuneta.
 
De Ribadesella al primer avituallamiento

La primera cuesta de cierta entidad estaba en Ribadesella. Allí la carretera iba recomponiendo los grupos, formando nuevos pelotones. Antes del avituallamiento, decidimos parar a evacuar. Aproveché para quitarme el chubasquero pues ya había entrado en calor y le dije a C. que se uniera a alguno de los pelotones que nos iban adelantando a mayor velocidad. De este tramo me llamó la atención la cantidad de bombas de hinchar que había sobre el asfalto, entiendo que de gente que la llevaba en bolsillo del maillot. 
Por un momento me quedé en tierra de nadie, aunque no tardó en juntarse a mí un chico de Madrid para el que también era la primera marcha cicloturista. Charla que te charla, llegamos al avituallamiento que estaba muy bien situado antes del primer puerto de la marcha: el alto de la Tornería.

Nada más llegar, vi que C. me estaba esperando. Dejamos las bicis juntas y nos pusimos a hacer la atestada cola que había hasta que alguien gritó "estáis haciendo el primo en la cola. Hay lo mismo en todas las mesas y no hay gente". La cola se disolvió y pudimos acceder sin mayor problema al avituallamiento. Comí un par de hojaldres de chocolate, bebí y rellené agua y aproveché para llenar el segundo bidón con una lata de bebida isotónica. Nueva evacuación (¿la sidra?), un escueto mensaje a la familia y a la bicicleta junto a C. (aunque sin mi compañero de charla de los últimos kilómetros, menuda rabia). 

El Alto de la Tornería

Casualidades de la vida, en los preludios del Alto de la Tornería coincidimos con un chico cuyo padre había trabajado en una empresa - ya extinta- de Huesca. Se interesó por el maillot que llevaba yo (el de la cruz de San Jorge) y me preguntó dónde podía comprarlo, de lo que deduzco que guarda un buen recuerdo.

El Alto de la Tornería me sorprendió por su dureza. A la vista del perfil me esperaba algo similar al Castillo de Loarre pero creo que es un puerto de una dureza más que considerable. Me sorprendió ver a gente ya con la bicicleta en la mano y me enfadó muchísimo el reguero de desperdicios (principalmente los plásticos de los geles) que ensuciaba un paisaje imponente. Al igual que me pasa cuando alguna vez acudo a una carrera por montaña, creo que habría que ser implacable con los marranos. Tolerancia cero.

Vale la pena dejar constancia también de la sonrisa que me arrancó el comentario de un espectador que, al ver mi dorsal (el 123) me espetó "Venga, que para esto te apuntaste de los primeros"

Subí junto a C. prácticamente todo el puerto. Sólo al final alegró un poco más el ritmo y se me fue unos metros, aunque pudo jalearme desde lo alto de una de las últimas curvas de herradura.
En la cima, nueva parada técnica para ponerme el chubasquero, hidratar la cuneta y dejar pasar a una ambulancia que venía a toda pastilla. Había leído bastante sobre la peligrosidad de la bajada y tenía muy claro que no me la iba a jugar.

Bien pegadico a la derecha y sin mucho tráfico fui bajando con mucha precaución. Lo cierto es que las zonas peligrosas estaban muy bien señalizadas, como una curva que me recordó sobremanera a la curva que hay en la bajada de Sabayés a Nueno y a la que tengo especial tirria. Ya casi al final de la bajada, en el punto más crítico, una ambulancia detenida indicaba que los muchos avisos de la organización habían sido insuficientes. No tuve tiempo de ver al corredor pero sí de concentrarme en convencerme de que no era ninguno de mis allegados. No.

El Alto de Ortiguero y rumbo a Covadonga

A diferencia del primer puerto, el segundo me pareció mucho más suave. O eso o que me lo tomé con muchísima calma. Consciente de que mis compañeros se me habrían distanciado en la bajada más de lo que podría recuperar, me relajé, puse un desarrollo cómodo y esperé a encontrar un grupo en el que integrarme. Vi varios cicloturistas parados arreglando pinchazos, más de los que hubiera esperado. Paré a quitarme el chubasquero y comí una barrita de chocolate que llevaba antes de empezar a subir. Mandé un nuevo mensaje en el que decía algo así como "voy de lujo". La inexperiencia en marchas cicloturistas me había hecho estar bastante preocupado por los pelotones de la salida y el descenso de la Tornería. Había superado ambos miedos y me sentía optimista.

A poco de coronar, nuevo avituallamiento y alegrón al ver nuevamente a C., que me estaba esperando. Recarga de isotónica, hojaldre a la panza y vuelta a la bici, no sin precaución porque vimos un par de caídas de gente al arrancar en subida terminaba yéndose al suelo.

La bajada del alto de Ortiguero me pareció sencilla. Pude seguir el ritmo de C. e incluso al final aún me terminé animando - cuestión de peso- a dar algún relevo. El asfalto, eso sí, era bastante rugoso en algunos tramos y provocó algún que otro exabrupto de C.

Ya cerca de la rotonda que enfilaba hacia Covadonga me quedé un poco cortado pero no me importó mucho porque quería parar a quitarme el chubasquero y de paso soltar todo el lastre líquido de cara a lo que me quedaba por delante. Aproveché la parada para quitarme las gafas de sol y continué la parada. Enseguida un grito de C. me señaló un avituallamiento, cuyo desvío vi tarde. Di que iba servido de todo y acaba de parar hacía un momento, con lo cual no me preocupé en absoluto.

La Santina y la ascensión a los Lagos


Los primeros aparcamientos vaticinaban que el inicio de la ascensión a los Lagos estaba cerca. Enseguida, pude ver a la derecha el santuario de la Santina. Tan imposible como describir lo sentido  me será olvidarlo.

Poco a poco empezaba a verse más gente animando a los lados de la carretera. Poco antes de la alfombrilla que marcaba el inicio del cronometraje de la subida, C. hizo una paradiña: al fin y al cabo, luego compararíamos los tiempos de ascenso de unos y otros.

C. sube más alegre y yo me concentro en encontrar mi ritmo. Me siento fenomenal. Voy adelantando a bastantes cicloturistas y me anima mucho la gente que hay a ambos lados de la carretera. Me parece escuchar unas voces familiares pero no termino de creerlo pues espero que I., N. y Á. hayan podido subir más arriba, a la zona de la Huesera. Sin embargo, al girar la herradura del Mirador de los Canónigos ahí están. Es una rampa dura y me animo. No puedo parar aunque me gustaría. Reviso el pulsómetro no sea que me haya animado demasiado. Todo en orden.

Voy cruzándome con un reguero de ciclistas que ya han terminado la prueba. En algunos momentos, veo situaciones peligrosas ya que algunos ocupan prácticamente toda la calzada sin ser conscientes de que cuando subes no es sencillo maniobrar. 

Un cartel indica un porcentaje descomunal. No he querido meterme el perfil en el GPS para no agobiarme. Pienso si será la Huesera y efectivamente lo es. Me he guardado el último piñón para esa zona, aunque también mantengo en la cabeza que el puerto no termina ahí, que no me puedo cebar. Pongo el piñón y me levanto del sillín para cambiar de postura. En ese momento me cruzo con M. que ya baja tranquilamente y cuando escucha mi saludo se pone a darme ánimos, ánimos que sigo escuchando durante un buen rato y que me llevan a pensar que incluso haya dado la vuelta para subir conmigo (menos mal que no). La pendiente es tan pronunciada que siento como si la bici me empujara hacia abajo, pero el hecho de ir adelantando a gente y encontrarme con tan buenas sensaciones me hace superar ese tramo. Mi mente ya piensa en el Mirador de la Reina. 

En la herradura anterior al citado Mirador, echo la vista atrás y pienso en todo lo que he recorrido. Pienso que salvo descalabro voy a llegar. Animo a un corredor al que adelanto y me dice que todavía queda mucho. No sé si por esa frase o por cansancio, comienzo a preguntar compulsivamente cuánto queda a la gente que bajaba, obteniendo respuestas bastante dispares. En ese momento, un espectador me da una información tan concreta como alentadora: "300 metros y tienes un llano". Miro el cuentakilómetros. 


Enseguida me cruzo con J. y su hermano. Echan un grito de lejos y yo cierro el puño en señal de victoria para que sepan que voy bien. Me dicen que lo tengo hecho, una bajada y un último repecho. 

Siento como ha bajado la temperatura con la niebla pero apenas me molesto en subirme los manguitos. Sólo pienso en llegar y realmente estoy con la moral por las nubes. En el tramo de bajada, nuevamente máxima precaución porque los corredores que regresaban ocupaban mucha calzada. Llego al Lago Enol, del cual la niebla sólo me permite ver una esquina pero no me importa demasiado. Afronto el último repecho y veo a lo lejos el final y a mi hermano C. que me espera en la línea de llegada. Vuelvo a cerrar el puño y llego a meta. Le pregunto a C. si ha visto llegar a S. y M. y me dice que no. Me sorprende y en parte me preocupa aunque sé que estarán bien. C. me pide que me dé prisa porque hace mucho frío y lleva un rato esperando así que apenas me hace un par de fotos e intento llamar sin éxito a I. bajamos hasta el avituallamiento de meta. Allí, parada express para coger una bebida, ponerme el chubasquero y comenzar la bajada.

El descenso fue, de largo, lo peor del día. Terminé sin apenas sentir las manos y helado de frío pero todo se compensó cuando a pocos metros de la rotonda de acceso al Santuario nos juntamos todos y nos fundimos en un abrazo. Habíamos conseguido nuestro objetivo: terminar todos la marcha. No podíamos pedir más.

En resumen...

Desde mi punto de vista, una marcha fantástica, muy bien organizada y en un lugar precioso. Pero sobre todo, la culminación de un reto compartido con gente muy especial a la que ahora me siento más unido si cabe. Un recuerdo estupendo de esos que permanecen en la memoria de por vida.


Gracias :-)