sábado, 2 de enero de 2016

[DerbiAragonés] Aquellos maravillosos años, por José Ramón Barrabés

En aquellos maravillosos años 90 no había rivalidad posible. La pugna se centraba en contados encuentros amistosos de pretemporada cuyo único fin consistía en entonar a los equipos para la competición, evitando grandes desplazamientos y, de paso, hacer un poco de caja. Eran años en que una SD Huesca acuñó el apelativo de equipo ascensor: su trayectoria liguera alternaba la 3ª división con la 2ªB. Sin embargo, a orillas del Ebro el Real Zaragoza vivía su segunda época más brillante tras los Magníficos. Fue una época de copas del Rey, de la heroica Recopa y de grandes tardes de futbol: Madrid y Barça salían goleados de la Romareda y eran frecuentes las clasificaciones del equipo para competición europea. La alineación del equipo en aquellos años es recordada con nostalgia por los aficionados del conjunto maño. 

Sin embargo, la rivalidad, ausente sobre el césped, cobraba vida en el devenir diario de dos aficiones tan próximas. Zaragoza siempre fue la ciudad donde estudiantes de toda la geografía aragonesa realizamos estudios universitarios. Fue en el ahora desaparecido Colegio Mayor La Salle donde conocí Nacho, autor de este blog. Nuestra amistad permanece viva desde entonces; así como su amor por el conjunto azulgrana y mi pasión por el equipo blanquiazul.  

Nacho acudía muchos domingos al Alcoraz a seguir los partidos de la SD Huesca, si bien, para fastidio de su padre, en ciertas épocas descuidada un poquito a sus azulgranas. Andaba entrenando un equipo de baloncesto femenino junto a su amigo J.D. y aquel 205 rojo compartido con su hermano no daba para tanto. Por mi parte, como buen aficionado zaragocista, la bufanda y el poster de mi equipo, colgaban de las paredes de mi habitación. 

Una noche me dispuse a disfrutar de la noche zaragozana, y tras meter la llave en la cerradura no podía creer lo que vi. Me aseguré de que realmente fuese la 417 y, sí, efectivamente lo era. Me habían, literalmente “desmontado la habitación”. Las cortinas cubrían la entrada a la ducha, la cama estaba vuelta del revés, un muñeco con cuerpo de almohadón y vestido con mis ropas daba la bienvenida, los libros de estudio apilados en forma de barrera, las perchas de la ropa colgadas de la barra de la cortina, los rollos de papel higiénico esparcidos por el suelo…y lo que es peor, ¡la bufanda zaragocista en el portarrollos del váter! Prestos a mi llegada, los autores abandonaron su cama y procedieron a subsanar aquel guirigay entre bromas y risas. 

El pique también se jugó en aquella habitación de Colegio Mayor una noche a las tantas de la mañana, el objetivo de aquel provocativo acto, fue pasar buen rato, fomentar, aunque parezca contradictorio, el compañerismo y la sana rivalidad, eso sí, todo disputado  con total deportividad. 

 José Ramón Barrabés
  
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