Los susurros del bombo en la lejanía anuncian que la procesión se aproxima al punto desde el que salió a eso de las 9 de la mañana: la plaza de San Lorenzo. Una marea blanca y verde fluye por las puertas de la Basílica buscando espacio entre unos bancos atestados de gente desde hace un buen rato. Dicen que hay quien aguarda desde el Rosario de la Aurora, poco después de amanecer.
El murmullo se convierte en ovación cuando la peana hace su entrada en la Basílica entre vítores y emoción. No sin dificultad se estaciona bajo la Virgen de Lourdes mientras Cabildo y autoridades acceden por el pasillo central y San Lorenzo ocupa su lugar en el altar.
El sonido de las espadas al chocar suena diferente dentro de la Basílica. Se superpone a las palmas del gentío. Luego, cuando entran los músicos de la Banda, los graves retumban por las paredes del templo apretando los nudos de las gargantas oscenses mientras el Obispo y los concelebrantes contemplan el dance durante unos segundos de eterna devoción.