La hora, la pactada. Algo menos de 20 grados Celsius. El escenario, oscuro. Nada de público. Sólo los protagonistas cara a cara.
Llega la hora y él comienza su monótono discurso. Me enerva. Me saca de mis casillas. Sin tan siquiera mirarle braceo en un gesto que parece natural. Nada más lejos de la realidad: lo tengo bien entrenado.
Un pequeño estruendo de desintegración y, a continuación, el silencio.
Mañana, a la misma hora, volveré a citarme con él, debatiéndome entre el sueño y la realidad. Al finalizar, yo me sentiré ganador y mi despertador, cuando tenga de nuevo las pilas en su vientre, seguramente también.
Llega la hora y él comienza su monótono discurso. Me enerva. Me saca de mis casillas. Sin tan siquiera mirarle braceo en un gesto que parece natural. Nada más lejos de la realidad: lo tengo bien entrenado.
Un pequeño estruendo de desintegración y, a continuación, el silencio.
Mañana, a la misma hora, volveré a citarme con él, debatiéndome entre el sueño y la realidad. Al finalizar, yo me sentiré ganador y mi despertador, cuando tenga de nuevo las pilas en su vientre, seguramente también.