Seguramente con este vídeo quedará un poco más claro el tema del caos circulatorio del que os hablé cuando os narré mi pequeña estancia en Etiopía.
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jueves, 24 de abril de 2014
miércoles, 29 de enero de 2014
[Etiopía - 26] Adorable
Antes de abandonar Addis Abeba dejé unos cuantos papeles con mi dirección y negocié promesas de cartas a la antigua usanza.
El otro día Teresa, a modo de correo del zar, me entregó en mano uno de esos retazos de libreta en los que anoté mis coordenadas.
Un pedazo de papel convertido en tesoro. Una niña adorable a miles de kilómetros. Una niña de doce años, Anchinesh, grabada a fuego en mi corazón.
jueves, 26 de diciembre de 2013
[Etiopía - 25] Lo poco es mucho
Más de uno me habéis comentado tras leer el diario de nuestro viaje por Etiopía que os gustaría colaborar.
Aprovechando las fechas navideñas en Huesca la ONG Entarachén-VOLS realiza la campaña "Luces por Etiopía". El dinero recaudado va íntegramente al proyecto del centro juvenil de Mekanissa en el que trabaja Teresa López.
También durante todo el año hay una cuenta abierta destinada al proyecto de Etiopía (el número os lo puedo facilitar a través del correo electrónico que figura en la portada). Doy fe de que el dinero llega íntegramente y también puedo atestiguar que lo poco de aquí, allí es mucho (tras nuestro viaje, no me quito de la cabeza la proporción 4 € = 100 panecillos).
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Enlace a la primera entrada del diario del viaje a Etiopía
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domingo, 8 de septiembre de 2013
[Etiopía - 24] Despedida
Es 8 de septiembre. Se me pegan las sábanas y arranco el día un poco más tarde de lo habitual. Es el último día y quizás por eso mi mente se hace la remolona.
Tras desayunar, toca abordar la desagradable tarea de organizar el equipaje antes de bajar a jugar con los críos. No mucho porque queremos terminar de organizar las bolsas de material escolar que nos quedaron pendientes días atrás.
Ya con el deber cumplido, vuelta al patio. Más o menos a la hora de comer llega Buzuayezu, que nos explica que el día anterior no había acudido porque estaba enferma ("sick"). Hoy ha hecho el esfuerzo porque es domingo y toca cine. Lo esperan con ilusión. Mientras Anchinesh teje unas pulseras a Inés yo paso la mañana con dos niñas - hermanas - cuya mirada refleja el sufrimiento que llevan encima. Teresa me explica que su madre falleció y su padre arrastra secuelas psicológicas. Contrasta la tristeza de su mirada con la belleza de su sonrisa y el cariño que se profesan ambas. Una vez más, piensas en la cantidad de injusticias que hay en la vida pero simultáneamente te alegras enormemente de estar ahí y ser partícipe de una labor tan encomiable como la que se realiza en el centro Don Bosco.
Tras la pausa de la comida, Teresa prepara el portátil y el cañón para proyectar la película. Bueno, en realidad prepara el portátil, el cañón y el micrófono porque Teresa, micrófono en mano, ejerce de traductora simultánea de la película al amárico. Aunque en mi opinión hay bastante gente en la sala, es época de vacaciones y la sala no está tan abarrotada como de costumbre.
Mientras Teresa se desgañita traduciendo a todos y cada uno de los personajes a la par que controlando los pequeños conatos de indisciplina propios de la coyuntura, I. y yo encontramos acomodo en la sala. Junto a I., Anchinesh y Buzuayezu. Junto a mí, las dos hermanas con las que había compartido la mañana. Permanentemente nos cogen la mano, permanentemente miran y sonríen agradeciendo la compañía. Luego me explicaría Teresa que ella suele terminar las películas con un montón de minúsculas manos que le tocan. Y es que cuando no tienes nada, el calor humano lo es todo. Pienso en cuántas veces nosotros - que lo tenemos todo- mandamos a freír espárragos a alguien porque estamos concentrados en nuestras "cosas".
La película se acerca a su fin. Los protagonistas se besan y los niños rompen a aplaudir. Según nos contó Teresa, las primeras veces que algo así sucedía en la pantalla los niños se quedaban petrificados. Y debió de ser así hasta que en una ocasión la traducción simultánea Teresa-niños informó de que lo que estaban viendo era "un beso de verdadero amor" y la concurrencia cambió la estupefacción inicial por la costumbre de ovacionar a los actores.
Termina la película y Teresa organiza la salida de la sala. Hoy no hay mucha gente pero quiere que se acostumbren a salir ordenadamente para evitar cualquier problema de aglomeración en días de mayor aforo. A mis dos compañeras de localidad les viene a buscar su padre, que me saluda afablemente, antes de que la mayor de las hermanas me dé un beso de esos que se guardan para siempre en la memoria de los grandes recuerdos.
Cuando Buzuayezu me dice que se va a casa porque todavía está un poco "sick" empiezo a ser consciente de que se acerca el momento de las despedidas. Acompañamos a Buzuayezu hasta la verja del centro y le prometemos que le escribiremos desde España. Buzuayezu emprende el camino hacia casa no sin antes darse varias veces la vuelta y agitar la mano. Después de la última vez, echa a correr.
No tarda mucho rato en llegar el momento de la despedida de Anchinesh. Quizás es la niña a la que más cariño le he cogido y me resulta especialmente dura la situación. Le doy un abrazo enorme y vuelvo al colegio con un nudo en el corazón. Ya en el banco del patio, me resulta imposible contener algunas lágrimas, mezcla de tristeza y de rabia recordando eso que tantas veces le he escuchado a Teresa durante los últimos días: "Estos niños no se merecen sufrir tanto".
La tarde, muy intensa en lo emocional, todavía nos reservaba otra sorpresa: Y es que, junto con unos papeles de justificaciones de gastos para Entarachén que debíamos llevar a España, Teresa nos dice que va un cuadro que nos ha regalado Donato. Cuando ya no quedan más que el silencio en el patio, vamos a darle las gracias pero a Donato, hombre de pocas palabras donde los haya, apenas logramos arrancarle una frase acompañada eso sí, de ese gesto tan suyo de ladear la cabeza como quitándole importancia a la cosa.
Ya en la casa, terminamos con el equipaje y cenamos con los voluntarios. Nos hacemos una fotografía de recuerdo y cargamos los bultos en la furgoneta. Casualmente, unas monjas italianas de la misión de Mekanissa también van al aeropuerto, así que salimos un poco antes para recogerlas.
La contagiosa alegría de las hermanas disipa un poco nuestra tristeza en el camino al aeropuerto, más concurrido que de costumbre pues acaba de aterrizar el avión que trae de vuelta a la selección de fútbol de Etiopía. Ayer ganaron a la República Centroafricana y se jugarán con Nigeria el pasaporte al Campeonato del Mundo de Brasil. Prácticamente en el umbral del aeropuerto, nos cruzamos con el autobús de los jugadores, escoltado por varias motos de policía. En África el fútbol también levanta pasiones.
Teresa accede con nosotros al interior del aeropuerto diciendo que también va a viajar. Resulta poco creíble, más aún teniendo en cuenta que también nos acompañana una monja que está en las mismas y casi vamos más personas que maletas. En cualquier caso, cuando el militar del control insiste en la pregunta, Teresa responde con tanta seguridad y firmeza que al militar no le queda otra que dejarnos pasar a todos. Y sonreír, claro.
Dentro del aeropuerto sí que ya no hay más remedio que despedirnos. Han sido unos días inolvidables en los que hemos recargado de energía el corazón. Me comprometo con Teresa a intentar plasmar en esta bitácora el máximo de lo mucho que hemos vivido y nos dirigimos al mostrador de Turkish Airlines para facturar el equipaje.
[Escrito el 17/11/2013]
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Enlace a la primera entrada: [Etiopía - 00] Declaración de Intenciones
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sábado, 7 de septiembre de 2013
[Etiopía - 23] Mástica (el chicle)
Amanecimos un poco antes de lo habitual ya que decidimos sumarnos al ayuno por Siria que iba a hacer la Comunidad Salesiana del centro. A las 6'45 participamos en la Eucaristía de la Comunidad y después entre todos los voluntarios preparamos un ágape para un bautizo que iba a tener lugar en la iglesia de al lado de la casa. Preparar bocadillos de crema de chocolate, tapas con aceitunas y similares no es lo más apetecible cuando has elegido ayunar pero estando todos juntos y con buen humor se nos hizo bastante llevadero.
Mientras algunos voluntarios iban al bautizo, otros nos quedamos jugando con los niños. Era sábado, día de ducha y de teatro, y yo tenía mucha curiosidad por ver cómo se desarrollaban ambas actividades.
Teniendo en cuenta que el día era bastante fresco y que los niños se duchan con agua fría, Teresa decidió que sólo pasaran por la ducha los más mayores así que nos fuimos al teatro.
Con la sala abarrotada y esa impaciencia nerviosa en el público que me recordó los tiempos del "que empiece ya" en el Colegio San Viator el día del patrón, comenzó la obra. Donato aparcó por unos minutos la vela disciplinaria a cambio de un cameo en la obra que provocó del júbilo de la concurrencia. Una pequeña actuación del grupo de baile que habíamos visto ensayar días antes fue el epílogo de la sesión tras la que el patio recuperó su actividad habitual. Bueno, o no habitual, ya que el enfrentamiento futbolístico que tendría lugar por la tarde entre Etiopía y la República Centroafricana alteró el generalmente tranquilo pulso de la sociedad etíope y más de un niño aprovechó la sobremesa para pintarse la cara con los tres colores de la bandera etíope. Entre las usuarias del improvisado estudio de pintura corporal ubicado en el lavadero que financió la genial ONG oscense Amigo Invisible, Anchinesh. Eso sí, a Anchinesh le duró la tricolor en las mejillas el tiempo que tardó en enseñársela toda risueña a I. , pensar que a Donato no le gustaría ese maquillaje y correr hacia la fuente para adecentarse y seguir sonriendo.
Bosco Children
Después de degustar el menú de ayuno basado en té e inyera, Teresa nos acompañó caminando hasta las instalaciones de otro proyecto de cooperación de los Salesianos en Addis Abeba: Bosco Children. Es un proyecto que da una segunda oportunidad a niños que son recogidos en la calle. La principal diferencia con el proyecto del centro juvenil donde trabaja Teresa es que en Bosco Children los jóvenes duermen también en el centro. Las instalaciones son enormes y disponen de pabellones en los que se imparte formación profesional. En consonancia con el esfuerzo del proyecto, a los jóvenes se les exige el cumplimiento de las normas del centro con rigidez. No aparecer a la hora indicada una noche implica perder el derecho a esa segunda oportunidad que les brinda el proyecto para salir adelante sin tener que vivir en la calle.
Regresamos al centro Don Bosco. Anchinesh y Buzuayezu se afanan hilos en mano para vestir la muñeca de I. como hicieron con la mía. I. Sujeta los manojos de hilos mientras las dos jóvenes sonríen, cantan, tejen y observan. Repentinamente Anchinesh interrumpe su tarea y sale corriendo hacia la fuente. Cuando vuelve, le dice algo a su amiga que repite la ruta de ida y vuelta. ¿La razón? Tan simple como haberse ido a lavar las uñas para llevarlas igual que I.
Terminadas las pulseras, Anchinesh solicitó mi atención con su habitual precisión mono-palabra: "Walk" (pasear). Cuando se aseguró de que estuviéramos suficientemente separados de la marabunta del patio, metió la mano en su bolsillo y sacó una pequeña bolita. "Mástica" , pronunció mientras disimuladamente posaba la bolita en la palma de mi mano.
Comerme ese chicle es una de las últimas cosas que los escrúpulos y prejuicios con los que aterricé en Etiopía a finales de agosto me hubieran permitido. Sin embargo, lo disfruté como un auténtico manjar. Y es que realmente es un lujo que esa jovenzuela hubiera invertido las pocas monedas de las que dispondría en comprar un chicle para mí, única y exclusivamente porque el día anterior sonreí cuando las vi mascando su "mástica".
Suena el silbato. Acompañamos a los niños hasta la puerta y, no sin cierto esfuerzo, conseguimos arrancarle unos besos a las más chiquitinas. En el caso de alguna de ellas, como Su-Fan, sin saberlo fue un beso de despedida ya que al día siguiente - domingo- no les llevaron al centro.
Ya en casa, Luca sintoniza el trascendental partido de la selección de Etiopía. La calidad, tanto de la retransmisión como del partido en sí, es pésima pero empatizamos de pleno con la causa local y no dejamos pasar la oportunidad de festejar la remontada etíope, que una vez confirmada llenará las calles de ruidoso júbilo.
Terminadas las pulseras, Anchinesh solicitó mi atención con su habitual precisión mono-palabra: "Walk" (pasear). Cuando se aseguró de que estuviéramos suficientemente separados de la marabunta del patio, metió la mano en su bolsillo y sacó una pequeña bolita. "Mástica" , pronunció mientras disimuladamente posaba la bolita en la palma de mi mano.
Comerme ese chicle es una de las últimas cosas que los escrúpulos y prejuicios con los que aterricé en Etiopía a finales de agosto me hubieran permitido. Sin embargo, lo disfruté como un auténtico manjar. Y es que realmente es un lujo que esa jovenzuela hubiera invertido las pocas monedas de las que dispondría en comprar un chicle para mí, única y exclusivamente porque el día anterior sonreí cuando las vi mascando su "mástica".
Suena el silbato. Acompañamos a los niños hasta la puerta y, no sin cierto esfuerzo, conseguimos arrancarle unos besos a las más chiquitinas. En el caso de alguna de ellas, como Su-Fan, sin saberlo fue un beso de despedida ya que al día siguiente - domingo- no les llevaron al centro.
Ya en casa, Luca sintoniza el trascendental partido de la selección de Etiopía. La calidad, tanto de la retransmisión como del partido en sí, es pésima pero empatizamos de pleno con la causa local y no dejamos pasar la oportunidad de festejar la remontada etíope, que una vez confirmada llenará las calles de ruidoso júbilo.
El remate al intenso día era la ceremonia de renovación de los votos de Aaron, un novicio de la Comunidad salesiana de Mekanissa. Fue una ceremonia sencilla y muy entrañable que culminó con una cena a base de pizza, salami y salchichas que a nosotros nos pareció tan espléndida como fueron las palabras que pronunció Aaron en los postres. Aunque el ayuno por Siria era sólo hasta la tarde, Teresa la italiana decidió alargarlo hasta el final del día y nos acompañó en la mesa sin comer nada y aguantando alguna que otra broma de sus compatriotas.
Todavía estiramos un poco más la jornada con un rato de charla en casa antes de irnos a dormir (en mi caso helado de frío, por cierto). Y es que, en mi estancia en Addis Abeba me di cuenta de que el tiempo cunde mucho más cuando lo dedicas a las personas en vez de a las muchas distracciones que tenemos en nuestro veloz primer mundo.
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viernes, 6 de septiembre de 2013
[Etiopía - 22] El voto
Ya con Abraham rumbo a casa con su
madre y compartiendo unos licores llegados desde Italia y unas
almendras de "la baturrica", dedicamos un rato a conversar acerca de
todo lo que habíamos vivido ese día.
Con
el tono pausado que le caracteriza, Luca nos explicó que, con motivo de
la ceremonia de renovación de los votos de un novicio que tendría lugar
el día siguiente, había tenido una situación curiosa con unos jóvenes
etíopes. Según contaba, los jóvenes se habían interesado por conocer más
detalles acerca de los votos que iba a renovar el novicio. Y contaba
Luca que si bien no había tenido problema alguno para explicar los votos
de obediencia y castidad, le había resultado extremadamente complejo
que sus interlocutores comprendieran el voto de pobreza. Y es que, le
decían los jóvenes, los novicios y miembros de la Comunidad tenían un
buen hogar, podían comer todos los días e incluso disponían de automóvil
para desplazarse. ¿A qué pobreza se refería entonces el voto?
[Escrito el 17/11/2013]
[Etiopía - 21] Abraham
En los últimos hervores del puré de
verduras que Teresa estaba preparando en la cocina, una voz desde el
patio reclamó a Teresa. Era uno de los guardias del centro, que
informaba a Teresa de que había un niño, Abraham, al que todavía no
habían ido a buscar.
Habían
pasado ya más de dos horas desde que, aprovechando una pausa en el
chaparrón de la tarde, Donato había hechos sonar el silbato que indicaba
el fin de la jornada. Dos horas frías, oscuras que Abraham había pasado
esperando en el umbral del centro.
Asumiendo
el riesgo de que la madre del pequeño estuviera de camino, Teresa
decidió llevar al pequeño a su casa. Teresa, I. y yo subimos a la
furgoneta y acomodamos a Abraham de copiloto para que le indicara a
Teresa el camino (no queda otra cuando toda la referencia que podía
obtener Teresa de la ubicación de su casa eran los "por allí" señalados
con la mano). Tras un buen rato de furgoneta, atasco incluido para
variar, aparcamos a la entrada de lo que parecía una calle sumida en
casi completa oscuridad.
La
cuesta por la que Abraham nos invitaba a descender era una masa de
barro y lo que no era barro en la que a duras penas podíamos avanzar sin
que nuestras botas se encallaran prácticamente hasta el tobillo.
Apañándonos con la linterna de los teléfonos y la estela de los muchas
personas que deambulaban por la zona, seguimos las indicaciones de
Abraham. Poco a poco, comenzamos a percibir que al niño le saludaban lo
cual era señal inequívoca de que su casa estaba próxima.
Finalmente, llegamos a la casa que Abraham señaló. El pequeño abrió la puerta y su rostro se quedó como petrificado. Rápidamente Teresa entró tras él temerosa de lo que hubiera podido encontrarse el niño. ¿Y qué había? Nada.
Y
esa absoluta nada es la que nos dejó tan helados como a Abraham. Tras
la puerta del minúsculo habitáculo protegido por cinco chapas no había
absolutamente nada. Ni muebles ni personas. Nada.
Evidentemente
preocupados por el paradero de la madre de Abraham, no nos quedó otra
opción que desandar por el infausto fango hasta llegar a la furgoneta.
Con un incómodo silencio, únicamente roto por las preguntas de Abraham a
Teresa preocupándose por su madre, regresamos hacia el centro don Bosco
sin saber muy bien qué pensar.
Nos
sentimos aliviados cuando el guardia del centro don Bosco nos indicó
que la madre de Abraham había acudido. Dentro de la faena que era para
ella tener que desandar el largo camino, al menos quedaba descartada la
hipótesis del abandono y eso, en aquellas circunstancias, ya era mucho.
Teniendo
en cuenta las distancias que tenía que recorrer la madre de Abraham,
Teresa tuvo claro que la opción más coherente era que Abraham se quedara
en la casa de los voluntarios. Enseguida preparó una cama junto a la
suya y duchó al pequeño. Con unos leggings improvisó un pantalón de
pijama, completando el atuendo con una camiseta de algodón y unos
calcetines que al pequeño le supieron a gloria.
Nos
sentamos a cenar, con Abraham como centro inevitable de nuestras
miradas. Disfrutó el puré de verduras con tanta fruición que Teresa
llegó a preocuparse porque se pusiera enfermo de tanto comer. Ya en el
segundo plato, Abraham disipó esa duda apartando un pequeño trozo de
tortilla a un extremo del plato y diciendo: "Hasta aquí, es suficiente. A
partir de aquí ya es demasiado". La suculenta cena no evitó que entre
mordisco y mordisco el niño preguntara reiteradamente y con preocupación
si su madre vendría a buscarle.
Después
de cenar, y mientras jugábamos con las chapas que había sacado Luca,
los gritos del guardia anunciaron que la madre de Abraham había vuelto.
Consciente de que, por mucho que nos doliera, el niño tenía que irse con
su madre, Luca se apresuró a emplatar un trozo de tarta de chocolate y
Abraham lo disfrutó mientras Teresa terminaba de pertrecharle para el
largo camino que le aguardaba hasta su casa.
Después,
supimos que lo que había sucedido es que la madre de Abraham se había
mudado de casa porque no tenía dinero para pagar el alquiler de donde
vivían. Eso explicó también el comentario que por la mañana le había
hecho Abraham a Teresa expresándole su preocupación porque su madre no
podía pagar el alquiler. Teresa nos comentó que en aquel momento ella le
quitó importancia y le dijo a Abraham que él sólo tenía que preocuparse
de jugar.
La
reflexión final, compartida por todos, fue que no es justo que estos
niños sufran tanto siendo tan pequeños. De ahí, y esto es cosecha mía,
la importancia del esfuerzo que ponen todos los voluntarios en arrancar
sonrisas a los niños y luchar porque tengan un futuro mejor.
[Etiopía - 20] Anchinesh y Buzuayezu
Con el regusto del café todavía en
la boca tras la comida, me sumerjo en los juegos de los niños. Me cruzo
con Genet, que parece milagrosamente recuperada de su enfermedad de ayer
y con una sonrisa me lleva al futbolín donde Anchinesh y Buzuayezu
juegan a un nivel más que aceptable (y por ende, mejor que el mío, a
todas luces inadmisible). Como siempre en estos casos, me ceden uno de
los mandos del engendro futbolístico y comenzamos a jugar. No pasa mucho
rato hasta que detecto cómo clamorosamente las muchachas relajan sus
muñecas y sus defensas comienzan a dejarme balones en bandeja para el
lucimiento de mis delanteros así que me paso a la mesa de ping-pong y
posteriormente al tablero del cuatro en raya, única disciplina en la que
no tendría la sensación de que la contienda estaba más que amañada.
Dejando
de lado el tema deportivo, dedico un rato a enseñar juegos malabares a
un grupo de chavales. Enseguida lo pillan y pasamos un rato divertido
que culmina con Anchinesh y Buzuayezu haciéndome una demostración de
piruetas y cabriolas de toda índole aprendidas en una actividad de circo
a la que asistieron no hace mucho.
Tras
el agotador despliegue físico, Anchinesh y Buzuayezu se hicieron con
unos hilos y comenzaron a tejer pulseras, al tiempo que cantaban
relajadamente y su sonrisa me trasladaba una paz inconmensurable. Esa
paz de unas niñas que no tienen de nada pero tienen todo el tiempo del
mundo, frente a un mundo, el nuestro, en el que tenemos de todo menos
tiempo.
Buzuayezu
terminó su pulsera - ya la llevaba avanzada de antes- pero Anchinesh
tenía que marcharse a casa. Mostrándome los generosos agujeros en los
bolsillos de su chaqueta, guardó la pulsera en el bolsillo de mi
pantalón y con gestos nítidos apoyados por el implacable dedo índice
acusador de Genet me pidió que al día siguiente llevara los mismos pantalones
para poder continuar con la pulsera.
El chaparrón de turno parecía indicar que el día tocaba a su fin, pero la jornada todavía nos reservaba una sorpresa: Abraham
[Etiopía - 19] Compras, Hospital y las risueñas monjas italianas
Todavía conmovido por el enésimo gesto de cariño recibido, acudí al patio donde me esperaban Teresa, I., A. y Al. para ir a la ciudad.
La
primera parada era el supermercado para comprar unas bombonas de gas.
Al lado del mismo, había una tienda especializada en café así que
aprovechamos también para comprar con la intención de traernos a
España.
El
supermercado estaba bastante bien abastecido, lo cual nos comentó
Teresa no sucede siempre. En nuestra mentalidad cuesta comprender que
quieras comprar algo tan básico como una bombona de gas y que sea
materialmente imposible sencillamente porque no hay.
Tras
una fugaz visita a un hospital, anteriormente leprosería, en cuya
pequeña tienda se venden los productos que elaboran, principalmente
bordados, Teresa nos lleva a Mekanissa, pero no al centro don Bosco sino
al barrio en el que viven la mayoría de los niños del colegio. Allí, en
ese paupérrimo barrio en cuyo acceso la furgoneta roza los bajos debido
a un agujero en el firme, hay una misión de monjas italianas con las
que Teresa tiene muy buena relación.
Las
monjas son entrañables. Se dedican a tareas de enfermería en casos de
gran complejidad y crudeza pero no hay un solo instante de los que
pasamos con ellas en que no sonrían e irradien alegría. Junto con las
bombonas de gas, Teresa les entrega unas medicinas llegadas de España
que agradecen sentidamente. La verdad es que da gusto el clima de
colaboración que percibimos entre todos los voluntarios, que exprimen
todo lo que llega siempre en beneficio de los más necesitados.
Realmente
impresionados por la feliz entrega de las monjas, volvemos al centro
Don Bosco. Después de la comida, A. y Al. partirán hacia Kenia así que
tocará despedida.
[Etiopía - 18] Sin palabras
Con el sabor al té que nos prepara Teresa todas las mañanas acudo al colegio. Para contrarrestar la costumbre de los niños de meterse debajo del grifo cuando más frío hace he cogido el hábito de pasear con ellos al sol hasta que llega la hora de que los más pequeños suban a clase. Subo con ellos hacia las aulas y tras unas canciones retomamos la actividad caligráfica. Lo cierto es que en pocos días se perciben avances y es que, como bien dice Teresa, lo que más necesitan estos niños es estimulación. Y a fe que en don Bosco la tienen.
Durante la época de vacaciones escolares en la que nos encontramos, las chicas más mayores ejercen de maestras para los más pequeños. De primeras, llama la atención el trozo de tubería flexible que enarbolan intimidatoriamente para impartir disciplina, pero con el paso del tiempo lo que verdaderamente destaca es el cariño que transmiten en su tarea hacia los más pequeños. Hoy en el aula, además de los niños de la guardería está la hija - todavía pequeña incluso para la guardería- de una de las chicas mayores del centro. La criatura, un entrañable retaco risueño de pelo rizado, se sienta con las profesoras y es la niña de los ojos de todo el mundo en el centro: desde Donato y Teresa, que la come a besos cuando se la cruza por el patio, hasta los mismos críos de la guardería. La niña garabetea con unas pinturas al lado de Y., que también se afana - cuando las consultas de los niños lo permiten- lápices en mano.
Durante la segunda parte de la clase, las maestras proporcionan cuatro piezas de Lego a cada niño para que jueguen un rato. Cuando veo que empiezan a aburrirse, intento que compartan las piezas con sus compañeros de pupitre para hacer figuras más grandes pero lejos de conseguir mi objetivo, me veo obligado a ejercer de mediador para reintegrar los bloques a sus legítimos propietarios. Según me explicaría Teresa luego, a los etíopes les cuesta bastante trabajar en equipo y compartir (exceptuando la comida, cuya compartición está culturalmente arraigadísima)
Se acerca la hora del recreo y la tensión es más que palpable en los niños a los que cuesta poner en fila para salir del aula dirección a las galletas. Cuando sale el último niño hacia el pasillo, Y. me da un dibujo y, poco antes de salir corriendo casi tan rápido como los niños, me da las gracias por haberles ayudado en la clase con una sonrisa que me deja sin palabras.
[Escrito el 17/11/2013]
jueves, 5 de septiembre de 2013
[Etiopía - 17] Exprimiendo los birrs
Por la noche, fuimos a cenar a un restaurante típico etíope con
música y bailes en directo. Lo más relevante fue que, ya ubicados en el
restaurante, fuimos conscientes de que - gracias a no haber podido pagar
con tarjeta en ninguna parte- apenas teníamos un puñado de birss en
nuestro poder así que hubo que hacer ingeniería financiera con la carta
para ver qué podíamos permitirnos cenar.
No sin unas
buenas risas, compartimos un plato de carne al son de la música con esa
incómoda intriga que producía pensar si nos llegaría o no el dinero para
pagar la cuenta. Afortunadamente, juntando todas nuestras posesiones,
el dinero nos llegó para la cena. Y no sólo eso, aún pudimos darle una
propina al señor que en el exterior nos había vigilado la furgoneta y
tomarnos una cerveza "San Jorge" en un garito ya próximo al don Bosco Centre pues
allí era mucho más barata que en el restaurante. En definitiva,
asesorados por Teresa, exprimimos nuestros birrs a base de bien lo cual no sorprende cuando ves cómo la cooperante oscense se afana cada minuto por sacarle el máximo jugo a cada céntimo que llega desde España.
[Escrito el 16/11/2013]
Enlace a la siguiente entrada: [Etiopía - 18] Sin palabras
[Etiopía - 16] Enferma ("sick")
Con la evacuación diaria del centro don Bosco ya en marcha, nos llamó
la atención una niña que, con muy mala cara y lágrimas en los ojos, se
encontraba sola apoyada en el murete de piedra que bordea el campo de
fútbol.
Al observar Anchinesh que nos habíamos fijado
en ella la señaló diciendo "sick" (enferma) así que nos acercamos a
preguntarle. La niña, Genet, ardía así que fuimos a buscar a Teresa. En
ausencia de la enfermera etíope (sister Sarah) que se encarga de la
asistencia sanitaria por las mañanas, Teresa atendió a la pequeña con
esa mezcla tan personal de cariño (hay miradas y mimos que casi curan) y
disciplina (los niños tienen que aprender que el momento de decir que
están enfermos es cuando está la enfermera) que tiene. Apenas unos
minutos después, Genet emprendió el cuarto de hora largo que le separaba
de casa acompañada de sus amigas con sus 38,5ºC, unas medicinas en el
bolsilllo, la pauta de cómo y cuándo debía tomarlas (siempre se le explica a los niños porque las madres se suelen olvidar pues tienen prioridades más importantes que atender) y una mirada que decía "gracias" de manera conmovedora.
No
sería la única vez que escucharíamos la palabra "sick". Sin embargo,
llama poderosamente la atención lo poco que se quejan estos niños.
Teresa nos llegó a contar el caso de un niño que llevaba un par de días
sin ir al centro. Cuando Teresa fue a su casa, lo encontró con el fémur
roto. Por encima del dolor, su preocupación era que no le cortaran la
pierna. Teresa llevó al pequeño al hospital. Como siempre, el centro Don
Bosco - en nombre de todas las aportaciones solidarias que se reciben-
corrió con los gastos evitando que junto con esa pierna, el futuro de
ese niño quedara sesgado.
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[Etiopía - 15] De nuevo en el patio
Llegamos
a Mekanissa al mediodía. Con apenas tiempo para dejar el equipaje en la
habitación y saludar a las nuevas voluntarias austríacas- prácticamente
recién aterrizadas- acudimos al reclamo que en forma de soniquete de
campanilla indicaba la hora de comer.
Después
de comer, el esperadísimo reencuentro con los pequeños y su enorme
capacidad de irradiar cariño. Paseé por el centro, recorriendo las
diferentes zonas de esparcimiento: desde los campos de fútbol,
baloncesto y voleibol a la improvisada cancha de balón prisionero bajo
el porche pasando por los salones de juegos (uno para chicas y otro para
chicos) en los que el tenis de mesa y sobre todo el futbolín eran las
atracciones estelares. Cuando una amenazante nube eliminó de cuajo el
agradable sol vespertino, me senté en un banco bajo el porche con
Anchinesh y Buzuayezu, que dedicaron buena parte de la tarde a tejerme
una pulsera de hilos. Mientras tanto, Yabsera pasó la tarde en silencio
sentada en mis rodillas. Como después me aclararía Teresa, el mero hecho
de estar acompañada ya le alegró la tarde. Ojalá nosotros nos
conformásemos con tan poco o, bien pensado, ojalá tuviéramos tiempo para
tanto.
Poco
antes del pitido de Donato que marca la hora de volver a casa, una
"piedra perdida" impactó en la espalda de Buzuayezu. Aunque la cosa no
pasó del susto y de un puñado de lágrimas, seguía sin acostumbrarme a
que en cualquier mímina discusión entre los críos hubiera siempre algún
bofetón alguna patada alevosa o alguna piedra voladora.
[Escrito el 16/11/2013]
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[Escrito el 16/11/2013]
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[Etiopía - 14] Regreso a Mekanissa
Madrugamos un poco más de lo normal para recorrer la media hora de asfalto que nos separaba del aeropuerto de Lalibela.
Todavía a bordo del coche en el acceso al aeropuerto enseñamos nuestros billetes a unos policías. Ya en el aparcamiento nos hicimos con un carro para colocar las mochilas - el equipaje de bulto y los objetos delicados se viajarían de vuelta a Addis Abeba en el coche con Gebre- y caminamos hacia la modesta terminal aeroportuaria.
Un nuevo control - esta vez en la entrada del edificio con arco y escáner- vino acompañado de las exigencias dinerarias del señor que nos había acercado el carro (evidentemente insistiendo sin que se lo hubiéramos pedido). Gestionamos las tarjetas de embarque y pasamos un estricto tercer control de seguridad hasta la sala de espera.
Ya sentados relajadamente, observábamos el férreo marcaje (aparentemente mucho más implacable que lo que acostumbramos a ver en occidente) que de los encargados de seguridad sobre el equipaje de los pasajeros cuando un policía irrumpió en la sala en actitud de buscando a alguien mientras repetía un soniquite que no alcanzábamos a comprender. En el momento en que se acercó a nuestra zona y pronunció el nombre de nuestra agencia de viajes, empezamos a mosqueranos. Y del mosqueo pasamos a la estupefacción cuando por el rabillo del ojo vimos a Gebre, nuestro conductor, pasando uno a uno por el escáner todos los bultos que habíamos dejado en el coche.
Advertidos por los guardias de que tendríamos que volver a pasar a el control de seguridad salimos a la zona de facturación. Allí, Gebre nos explicó que le había surgido un nuevo servicio y que finalmente no regresaba a Addis Abeba (como teníamos pactado). Con la estupefacción ya transformada en indignación*, nos vimos obligados a facturar de cualquier manera todos los bultos con el agravante de las prisas y el condimento -no podía faltar- del etíope de turno exigiéndonos dinero (de muy malas formas, por cierto) por su colaboración en las tareas de embalaje. Tras la segunda toma del enésimo control, embarcamos en el avión de hélices de Etiopian Airlines desde el que tuvimos una privilegiada vista aérea mientras degustábamos las naranjas murcianas que en forma de zumo (Juver) nos sirvió la amable tripulación. A la hora prevista aterrizamos en Addis Abeba, en cuyo aeropuerto - esta vez la terminal nacional - nos aguardaba Teresa.
La ilusión que me hacía regresar a Mekanissa y volver a ver a los niños hizo más llevadero el infausto tráfico de Addis Abeba. Con una sonrisa en la boca pensando en los pequeños diablillos realizamos el mismo trayecto que unos pocos días antes había recorrido lleno de dudas e inseguridad en mí mismo.
Advertidos por los guardias de que tendríamos que volver a pasar a el control de seguridad salimos a la zona de facturación. Allí, Gebre nos explicó que le había surgido un nuevo servicio y que finalmente no regresaba a Addis Abeba (como teníamos pactado). Con la estupefacción ya transformada en indignación*, nos vimos obligados a facturar de cualquier manera todos los bultos con el agravante de las prisas y el condimento -no podía faltar- del etíope de turno exigiéndonos dinero (de muy malas formas, por cierto) por su colaboración en las tareas de embalaje. Tras la segunda toma del enésimo control, embarcamos en el avión de hélices de Etiopian Airlines desde el que tuvimos una privilegiada vista aérea mientras degustábamos las naranjas murcianas que en forma de zumo (Juver) nos sirvió la amable tripulación. A la hora prevista aterrizamos en Addis Abeba, en cuyo aeropuerto - esta vez la terminal nacional - nos aguardaba Teresa.
La ilusión que me hacía regresar a Mekanissa y volver a ver a los niños hizo más llevadero el infausto tráfico de Addis Abeba. Con una sonrisa en la boca pensando en los pequeños diablillos realizamos el mismo trayecto que unos pocos días antes había recorrido lleno de dudas e inseguridad en mí mismo.
* Ya de vuelta a España, la agencia respondió adecuadamente y nos compensó por los inconvientes
[Escrito el 16/11/2013]
miércoles, 4 de septiembre de 2013
[Etiopía - 13] Yemrehanna Kristos y Lalibela
El ya tradicional desayuno a base de huevos y pan tostado nos ayuda a sacudirnos el frío mañanero. Esta vez no pudimos acompañar las viandas con zumo por culpa de un no menos tradicional corte de luz.
Con el buche saciado nos subimos al coche para poner rumbo al monasterio de Yemrehanna Kristos. A través de una pista con un último tramo infame por unos paisajes espectaculares a casi 3.000 metros de altitud llegamos a un pequeño poblado desde el cual un breve ascenso por una senda empedrada nos llevó al Monasterio.
Después de ver las iglesias de Lalibela uno piensa que poco le podrá sorprender un pequeño monasterio en la montaña pero nada más lejos de la realidad. Al abrigo de un peñasco que me recordó mucho a San Juan de la Peña se erige un pequeño pero coqueto monasterio. Esta vez Gebre, nuestro chófer, ejerció de guía y nos explicó que cuenta la leyenda que la ermita está construída (en este caso no es esculpida como las de Lalibela) sobre un lago. De hecho, existe una gatera para dar fe de ello. Una montaña de esqueletos apilados en uno de los extremos del monasterio da fe de que este monasterio fue lugar de peregrinaje de personas de todas partes que según cuenta la leyenda iban a morir a este sagrado lugar.
Exterior del Monasterio |
Monasterio de Yemrehanna Kristos |
Además del monasterio, la visita nos mostró la crudeza de las condiciones en las que (sobre)viven los etíopes en esa zona. Creo que de todo nuestro periplo por Etiopía, allí fue donde más sobrecogía la pobreza, tristemente evidente en la delgadez de los niños que trataban de atraer nuestra atención saludando, bailando o corriendo al lado del coche (eso sí, siempre con una admirable sonrisa en la boca).
De bote en bote en el todo-terreno regresamos a Lalibela. Fuimos a comer a la frondosa terraza del Seven Olives Hotel y después nos zambullimos por el centro de la ciudad para realizar algunas compras marcados férreamente por una escolta de jovenzanos que no cejaban en el empeño de tocarnos la fibra para sacarnos cuadernos para el colegio, monedas de euro para su colección o una pelota de fútbol para emular a los astros del balompié. En mi caso, me fue imposible aguantar la presión y terminé claudicando con un niño que me pidió que le cambiara a moneda local (birrs) unos céntimos de euro que tenía él con el fin de poder comprarse un cuaderno. Varios minutos después de escuchar la cantinela de manera ininterrumpida pedí a un joven que me acompañara a la tienda para comprarle el cuaderno. Cerca de la tienda en cuestión tuve que aplacar con una mirada un conato de rebelión cuando el niño me comentó: "bueno, en realidad tengo nueve asignaturas y, claro, necesito un cuaderno para cada una de ellas...". Ya en la tienda, el joven que nos había mostrado el camino a la tienda me aseguró que le habíamos prometido (y yo sin saberlo, oye) que le compraríamos un balón de fútbol y allí sí que no encontré otra manera de evaporar el sentimiento de culpa que comprándoles el dichoso balón con el que me prometieron (de esto sí que doy fe) que ganarían el campeonato (no especificaron cuál). En plena euforia futbolística porque el balón vino acompañado de la bomba para inflarlo (...), me pidieron que les escribiera mi dirección de correo electrónico porque me mandarían una foto por correo electrónico con el trofeo y el balón. En fin...
Agotados, cenamos algo en el hotel y realizamos varios intentos de pagar con tarjeta la estancia en el hotel, algo frustrantemente imposible debido a la precariedad de las comunicaciones. Tras pagar en efectivo y quedarnos con una mísera cantidad de dinero etíope, nos retiramos a empaquetar nuestros enseres. Al día siguiente tocaba madrugar para regresar a Addis Abeba.
[Escrito el 27/10/2013]
martes, 3 de septiembre de 2013
[Etiopía - 12] Lalibela
"Me es penoso escribir más sobre estos edificios puesto que no se me va a dar crédito si escribo más... Juro por Dios, en cuyo poder estoy, que todo lo escrito es la verdad y que hay mucho más que lo que yo he escrito pero lo he dejado para que nadie pueda pensar que es falso". Francisco Alvares, religioso portugués del siglo XVI, tras visitar Lalibela
Estas palabras escritas por el religioso portugués del siglo XVI Francisco Alvares tras visitar Lalibela definen a la perfección lo que uno se encuentra en esa modesta ciudad de apenas 20.000 habitantes en el norte de Etiopía. La ciudad de Lalibela debe su nombre al monarca Gebre Mesqel Lalibela
(1172-1212), quien tras peregrinar a Jerusalén hizo la promesa de
generar una nueva Jerusalén esculpida en piedra al regresar a su tierra. No me cabe la menor duda de que el tesoro arquitectónico de sus iglesias talladas (no construidas) en roca, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, sería considerado una de las Maravillas del Mundo de no estar ubicado en un lugar tan pobre como Etiopía.
Dicho esto, el sobresalto de tener que pagar 50 dólares por persona (el equivalente a casi un millar de panecillos en cualquier panadería de Addis Abeba) demuestra que la iglesia ortodoxa etíope empieza a ser consciente del atractivo turístico del conjunto de iglesias.
El pago de los 50 dólares no nos eximía de contratar los servicios de un guía local y, lo que es peor, no nos libraba de tener que negociar el precio. Una vez más, el guía en cuestión - para más inri con un inglés particularmente ininteligible - pretendía cobrarnos el doble del precio habitual y hasta ahí llegó nuestra paciencia regateadora.
Plantados en los 300 birr que nuestro conductor nos había sugerido, le dijimos al guía local que si no aceptaba, haríamos la visita por nuestra cuenta. Así las cosas, mientras el guía abroncaba al conductor, visitamos - sin enterarnos de nada, por supuesto - el pequeño museo que da la bienvenida a los visitantes. Eso sí, a la salida del mismo esperaba nuestro anciano cicerone como si no hubiera pasado nada, aceptadas nuestras condiciones y sin darnos opción a elegir un guía al que pudiéramos comprender un poco mejor.
Solucionado el tema del guía local, todavía nos quedaba un servicio más por gestionar: Comoquiera que para acceder a las iglesias es preciso descalzarse, te encasquetan un "guardazapatos" (shoe-keeper o shoe-bearer) que te acompaña a lo largo de todo el recorrido, te guarda el calzado para evitar desapariciones y se desvive por ti hasta extremos a veces incómodos (como, por ejemplo, cuando te ayuda a desanudarte los cordones) con el fin de obtener una buena propina al final del día.
Acompañados ya de guía local y guardazapatos, nos adentramos ya en el primero de los tres grupos de iglesias de Lalibela (dos grupos de cinco iglesias, más la aislada Bet Giorgis). Impresiona comprobar cómo todas las iglesias de cada grupo están interconectadas por un laberinto de túneles, trincheras y desfiladeros, al tiempo que están provistas de canalizaciones de drenado de agua, murallas y fosos.
Los dos principales grupos de iglesias están separados por un barranco al que llaman río Jordán. El grupo noroeste de iglesias representa la Jerusalén terrenal y el grupo sudeste la Jerusalén celestial. Aislada queda la iglesia de San Jorge (Bet Giorgis), la más emblemática de todas.
Iglesia del Gólgota |
Iglesia de San Emmanuel |
Por lo que a nosotros respecta, visitamos el primer grupo de iglesias más la iglesia de San Jorge por la mañana. Después de comer, pudimos ver el grupo sudeste y sentir el vértigo del cortado (por supuesto, sin protección) que rodea la iglesia Bet Gabriel-Rafael. Cierto es que se puede ver todo en un día pero también es verdad que la entrada es válida durante tres días con lo que también se puede plantear una visita más pausada sin tanto quita-y-pon calzadístico.
No me voy a detener en los muchos detalles históricos y arquitectónicos acerca de las iglesias porque hay información mucho más precisa que la que yo pueda proporcionar. Sí que recomiendo a quien tenga previsto viajar a Lalibela una lectura previa de alguna guía para poder saborear y comprender mejor toda la espiritualidad que encierra esa auténtica maravilla esculpida por el hombre (bueno, en el caso de Bet Abba Líbanos parece ser que con la ayuda de una productiva cuadrilla de ángeles).
Iglesia de San Jorge |
Pagada la propina al guardazapatos ante la descaradísima mirada de nuestro guía local, dimos por finalizada la visita a las iglesias y nos fuimos a dar un paseo por la ciudad. Pasear por Lalibela con tranquilidad no es tarea fácil para un extranjero, ya que los niños del lugar te rodean cansina e insistentemente con diversas cantinelas con el único fin de sacarte el dinero o algún obsequio.
Invitados por nuestro conductor, participamos en la ceremonia del café y fuimos a cenar antes de lo habitual aceptando su oferta de llevarnos al anochecer a un bar con música tradicional etíope. El local en cuestión, Askalech Tej House, era un bar restaurante en el que unos músicos amenizaban la velada cantando - luego supimos que letras tan ocurrentes como improvisadas- al tiempo que unos bailarines nos iban invitando uno por uno a demostrar nuestra destreza en el arte del movimiento de hombros.
La música, el ánimo que infunde la bebida típica del lugar - vino endulzado por miel local llamado tej (pronunciado "tech")-, el acogedor ambiente del local, el hipnotizante movimiento de los bailarines y las sonrisas de los parroquianos nos hicieron pasar un rato bien divertido hasta el momento ese momento en que el cansancio dije "basta" y pusimos rumbo a la piltra.
[Escrito los días 12/10/2013, 26/10/2013 y 27/10/2013]
lunes, 2 de septiembre de 2013
[Etiopía - 11] De las cataratas del Nilo Azul a Lalibela
Saludamos el día con una generosa tortilla francesa en Bahir Dar antes de ponernos rumbo a las Cataratas del Nilo. Sorteando personas y animales por una pista en no muy buen estado, llegamos al punto de pago de tasas. Allí pagamos la tasa de entrada y asistimos a una discusión entre nuestro chófer y los guías locales quienes, debido a nuestro estatus de extranjeros - farenyis- querían multiplicar por dos el precio de su servicio.
Una vez zanjado el cansino debate del dinero, el guía local se subió con nosotros al coche y nos informó de que estábamos de suerte y las cataratas tenían agua. Y es que, por muy extraño que nos pueda parecer para nuestra mentalidad occidental de aprovechamiento del negocio turístico, en Etiopía te puede pasar que llegues a las cataratas y te las encuentres sin agua porque han desviado el caudal del río hacia una central eléctrica (por supuesto, nadie nos supo indicar a ciencia cierta la planificación de estos desvíos de caudal, así que no queda otra que ir a la aventura).
Un bonito paseo por un sendero atestado de personas y burros nos conduce, a través del "Puente de los portugueses" hacia una pequeña aldea, preludio del mirador desde donde oteamos las imponentes cataratas que, haciendo honor a su nombre (Tis Isat, humo de agua) nos refrescan la mirada. Sin lugar a dudas, una visita imprescindible.
Las Cataratas del Nilo Azul (Tis Isat, Humo de Agua) |
Acompañados por el guía local y un lugareño adherido (por supuesto, educado estudiante que amablemente solicita nuestro mecenazgo para continuar su formación) regresamos al coche y emprendemos con destino Lalibela.
Niño en la senda de regreso de las cataratas |
En la población de Gashena abandonamos la carretera que conduce hacia Weldija y tomamos la pista que nos ha de llevar a Lalibela por un paisaje francamente sorprendente para la idea que uno traía preconcebida desde España de un país como Etiopía.
Paisaje en las proximidades de Lalibela |
Ya de noche nos recibe el empedrado pavimento de Lalibela. Acometemos la agotadora tarea de decidir el alojamiento con sus consiguientes negociaciones, cenamos y nos vamos a descansar.
[Escrito el 12/10/2013]
Enlace a la siguiente entrada: [Etiopía - 12] Lalibela
[Escrito el 12/10/2013]
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domingo, 1 de septiembre de 2013
[Etiopía - 10] Lago Tana y Bahir Dar
A pesar de las aparentes comodidades del hotel, no fue sencillo dormir. El jolgorio de la noche - acallado temporalmente por un chaparrón- unido al run-run de la megafonía de una iglesia cercana desde una hora intempestiva de la madrugada complicó el descanso.
No todo fue negativo porque, A. y Al. nos confirmaron que el Wi-Fi del hotel funcionaba bien y habían podido mandar noticias a España. Tras un desayuno tan bueno lento, nos subimos al todo-terreno con destino al Lago Tana.
Nuestro guía había acordado ya el precio de la barca que alquilamos así que nos subimos a la pequeña embarcación y pusimos rumbo a la península Zege, donde visitaríamos el monasterio Ura Kidane.
En la hora de trayecto de ida tuvimos oportunidad de ver a sacerdotes ortodoxos a bordo de sus barcas de papiro. Teniendo en cuenta las dimensiones del Lago Tana (84 Km de largo y 66 de ancho), impresiona.
Barca de papiro en el Lago Tana |
El tema del comercio local y, sobre todo de los niños que venden cosas, me ha supuesto un gran dilema moral a lo largo de todo el viaje: por un lado, si piensas en el precio al cambio europeo de las cosas que te ofrecen, te apetece comprarles (más si cabe teniendo en cuenta que la mayoría de las cosas - por ejemplo las barcas de papiro) las elaboran a mano. Pero claro, si lo miras desde un punto de vista más crítico te das cuenta de que la colaboración no es del todo adecuada cuando pagas hasta cinco veces más del precio real que tienen allí las cosas (vamos, que permites que te tomen el pelo). Por lo general, a todos los voluntarios que hemos conocido en Etiopía les molesta mucho este segundo hecho y pelean porque la gente se desarrolle comerciando pero sin necesidad de recurrir a la picaresca.
El trayecto de vuelta en barca incluía visita al nacimiento del Nilo Azul. No llegamos a verlo pero la decepción fue claramente compensada cuando rompiendo las tranquilas aguas del lago asomó su cabeza un imponente hipopótamo al que incluso pudimos llegar a fotografiar.
El trayecto de vuelta en barca incluía visita al nacimiento del Nilo Azul. No llegamos a verlo pero la decepción fue claramente compensada cuando rompiendo las tranquilas aguas del lago asomó su cabeza un imponente hipopótamo al que incluso pudimos llegar a fotografiar.
De regreso a Bahir Dar, comida a la orilla del Lago Tana, visita - algo decepcionante- al mercado. Allí, una inoportuna pisada en un charco de aceite de motor hizo que A. tuviera que hacer uso de los servicios de uno de los muchísimos limpiabotas que hay por las calles etíopes (no os perdáis la genial entrada del blog de Emanuele Ragni sobre los oficios de la calle).
Con el calzado de A. ya relucientemente lustroso, pequeño paseo por la ciudad culminado en una zona de recreo nuevamente a la vera del Lago y a dormir.
Edificio en construcción enfrente del Hotel Bahir Dar 2 |
[Escrito el 29/09/2013]
Enlace a la siguiente entrada: [Etiopía - 11] De las cataratas del Nilo Azul a Lalibela
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sábado, 31 de agosto de 2013
[Etiopía - 09] De Addis Abeba a Bahir Dar
El sábado madrugamos más de lo habitual porque a las 6'45 nos venía a recoger un coche para iniciar nuestra ruta turística por el Norte de Etiopía. El cambio de hábito no impidió que Teresa fuera la primera en levantarse y preparase el té y el café para el desayuno, como de costumbre.
A la hora prevista, partíamos de Mekanissa. En mi caso, con mucha pena por dejar a los niños durante unos días pero también con la ilusión de vivir un poco más de cerca el país en nuestro periplo por el Norte. Lo temprano de la hora no fue óbice para toparnos con alguno de los inconvenientes habituales del tráfico de Addis Abeba pero, en la medida de la normalidad de la capital etíope, se puede decir que atravesamos la ciudad con cierta fluidez.
El objetivo del día era llegar a Bahir Dar, ciudad que se encuentra 378 Kms al norte de Addis Abeba. Veníamos ya avisados de que las carreteras en Etiopía no responden en ningún sentido al estándar europeo pero, como nos sucedería a lo largo de toda la estancia en el país, la realidad superó con creces cualquier expectativa.
Los primeros kilómetros tras salir de Addis Abeba son un sube-baja constante. En los márgenes de la carretera podemos ver a bastante gente practicando el deporte nacional: el atletismo. Conforme vamos dejando de esquivar a los emuladores de Haile Gebrselassie y Kenenisa Bekele, van apareciendo nuevos grupos de personas y animales - principalmente burros y vacas- a uno y otro lado de una carretera en bastante mal estado. Según nos explicaría el conductor, se trataba de gente que se desplazaba a los mercados del sábado.
Con un promedio paupérrimo para una de las principales arterias interurbanas del país, llegamos a la garganta del Nilo. Si bien una niebla cerradísima impidió la foto turística de rigor (apenas unos metros antes, la policía nos había parado para recordarle a nuestro conductor que pusiera las luces), no tuvimos dificultad alguna para avistar unos cuantos babuinos con el Nilo Azul como telón de fondo.
Atravesando un paisaje sorprendemente verde para lo que yo hubiera esperado llegamos a Debre Markos, donde paramos para comer en el Shebel Hotel. La comida no estaba mal, aunque la limpieza no era precisamente una virtud del lugar. De hecho, un huésped inesperado en la comida de Gebre motivó un cambio de plato que no estaba en el guión. En cualquier caso, teníamos claro que no había mucha más alternativa.
Con el estómago lleno afrontamos la segunda parte del viaje. Un rosario continuo de personas y animales a los que Gebre esquivaba con pericia y un - a mi modesto modo de ver - privilegiado sentido de la anticipación nos acompañó permanentemente hasta Bahir Dar. También vimos algún que otro camión volcado, aunque sinceramente me sorprendió no ver más desgracias teniendo en cuenta lo cerca que se está del atropello en cada momento.
También es justo decir que de vez en cuando el largo trayecto nos obsequiaba con imponentes paisajes que nada tienen que envidiar a nuestros Pirineos por muy seco que nos imagináramos Etiopía desde el salón de nuestra casa en España.
Más de 12 horas después y bastante cansados, un faraónico estadio de fútbol en construcción nos da la bienvenida a Bahir Dar. Por si el viaje en sí no hubiera sido lo suficientemente agotador, aún nos quedaba buscar alojamiento con el componente de regateo que inequívocamente traía consigo. Teníamos referencia de un hotel (Bahir Dar Hotel) de los que las guías califican como "budget", es decir un sitio barato. Aunque Gebre ya nos había advertido de que seguramente no nos encajara, fuimos a inspeccionarlo y en la misma recepción nos dijeron que mejor que allí estaríamos en el "Bahir Dar Hotel 2", que "era nuevo, limpio y con agua caliente".
Efectivamente el Bahir Dar Hotel 2 cumplía esos requisitos así que tras una breve y no demasiado fructífera negociación a la baja fruto del cansancio de todo el día sobre cuatro ruedas, decidimos alojarnos allí.
Antes de cenar aún hubo tiempo para una situación absurdamente divertida. No tengo muy claro qué le dijimos o qué entendió nuestro guía en una de nuestras conversaciones sobre las alternativas de alojamiento, pero el caso que él se sintió en la obligación de llevarnos a su hotel para que viéramos su habitación así que, de manera previa a la cena, y por si no habíamos tenido suficiente coche, para allá que fuimos. Visita aprobatoria, risas y a cenar, que el estómago comenzaba a bramar.
Sin tener plena conciencia de ello tuvimos nuestro primer encuentro con el Lago Tana mientras cenábamos sopa y huevos en sus diversas variedades en un restaurante bastante coqueto situado a la orilla del lago. Ya con el apetito saciado, le pedimos al camarero que nos hiciera una foto y el hombre, en sus afán de agasajarnos, lanzó una ráfaga de seis fotos logrando que, pese al cansancio, saliéramos cada vez más sonrientes.
Con la juerga de Bahir Dar candente en la zona de nuestro hotel, subimos las escaleras hasta nuestra habitación con la única intención de descansar.
Obras del flamante nuevo estado de Bahir Dar |
Antes de cenar aún hubo tiempo para una situación absurdamente divertida. No tengo muy claro qué le dijimos o qué entendió nuestro guía en una de nuestras conversaciones sobre las alternativas de alojamiento, pero el caso que él se sintió en la obligación de llevarnos a su hotel para que viéramos su habitación así que, de manera previa a la cena, y por si no habíamos tenido suficiente coche, para allá que fuimos. Visita aprobatoria, risas y a cenar, que el estómago comenzaba a bramar.
Sin tener plena conciencia de ello tuvimos nuestro primer encuentro con el Lago Tana mientras cenábamos sopa y huevos en sus diversas variedades en un restaurante bastante coqueto situado a la orilla del lago. Ya con el apetito saciado, le pedimos al camarero que nos hiciera una foto y el hombre, en sus afán de agasajarnos, lanzó una ráfaga de seis fotos logrando que, pese al cansancio, saliéramos cada vez más sonrientes.
Con la juerga de Bahir Dar candente en la zona de nuestro hotel, subimos las escaleras hasta nuestra habitación con la única intención de descansar.
[Escrito entre el 28/09/2013 y el 29/09/2013]
Enlace a la siguiente entrada: [Etiopía - 10] Lago Tana y Bahir Dar
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