jueves, 9 de noviembre de 2017

SD Huesca 3 - Real Zaragoza 1. Por fin


Desde siempre me ha gustado llegar al Alcoraz pronto para poder ubicarme tranquilo en mi localidad, observar apaciblemente el calentamiento de todos los deportistas y conversar - con quienes profesan la misma costumbre- sobre la alineación (deducida in-situ mirando al verde), el penúltimo rumor de la semana o vaya usted a saber el qué.

Consciente de que en los últimos tiempos he cogido la mala costumbre de llegar con el tiempo más bien justo, me propuse este lunes acudir al derbi aragonés con la antelación de antaño y tratando - en lo posible- de tener la mente en el ahora "off-line" frente al estrés de la sucedánea realidad "on-line".

Así, pude disfrutar de un buen rato de radio, conversar con cierta calma con quien me fui encontrando y hasta recibir un regalo inesperado en forma de abrazo de Joaquín Sorribas, que tampoco quiso perderse un partido como ése e hizo un alto en el camino en su ruta "hacia las montañas".

Acceder a la grada con tiempo me permitió distinguir a esos socios de toda la vida, que regatean las postreras aglomeraciones de última hora y hacen su particular y meritoria gesta quincenal escalando por las escaleras del Alcoraz. También ver a Fernando Arnedillo con la mirada hacia el césped quién sabe si recordando ese tiempo en que lograr la permanencia en Segunda B era lo máximo a lo que aspirábamos los parroquianos de la época. 

Casi sin tener sensación de espera, comenzó el partido. Aunque a estas alturas, poco puedo aportar a lo que ya se ha escrito, pienso que vimos un excelente partido de fútbol. Que no era "un partido más" para nadie y que ganó el Huesca porque fue mejor y porque tuvo ese punto de motivación que, sin llegar a la ansiedad, te hace salir airoso de todas las disputas con jugadores rivales y hace que hasta los rebotes te favorezcan.

Cuesta destacar a alguien en el sobresaliente Huesca del lunes porque ante todo, una vez más, fue un EQUIPO en mayúsculas. Personalmente, me quedo con el sublime despliegue de Juan Aguilera y con el mérito - que lo tiene - del cuerpo técnico que capitanea Rubi. Sorprendió apostando por el Chimy Ávila y el argentino se lo pagó con una entrega descomunal que, por pura extenuación, le llevó casi a rogar la sustitución (esta vez sin fuerzas para su particular vuelta al ruedo, reclamada a gritos por los jugadores no convocados). Gesto importante el que tuvo también con Juanjo Camacho, haciéndo constar su nombre en las estadísticas de un partido que seguro será muy recordado en un futuro. 

Del Zaragoza me quedo con Zapater, Toquero y Raúl Guti. El ejeano es, dentro y fuera del campo, inmenso en esa nobleza y valor que defiende el lema zaragocista. 

De la grada, muchos detalles: El disfrute del campo lleno. El caos organizado del palco. El  júbilo del primer gol. El sabor a victoria del bocadillo del descanso. El curioso sonido de cristales aporreados en las cabinas periodísticas con el gol zaragocista y su silencio con el zapatazo del Cucho. El de mi compañero de localidad inconscientemente subido a su asiento celebrando el tercer gol, o el de Víctor, que no pudo celebrar ni el segundo ni el tercero por tener a su pequeño dormido sobre su hombro. El de los zaragocistas, con todo perdido, cantando su himno. El del abrazo final y la sorpresa de encontrar en el suelo mis guantes que en algún momento de éxtasis se fueron al carrer para poder - supongo- aplaudir con más fuerza.

Han pasado 48 horas y, como el Chimy Ávila en la foto, sigo volando. Pero también me sigo acordando de dónde venimos. Pensando alegre, por un lado, en esos fieles sin reblar que han pasado frío, penurias y derramas cuando el Huesca deambulaba por la Tercera División y por otro lado moderando la euforia, consciente de que queda todavía mucho por delante y habrá que saber hacer lo difícil, que no es volar sino aterrizar.

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Ps.: Tomo prestada para esta entrada la excelente fotografía que he sacado del Twitter de la SD Huesca. Me encantaría citar al autor de la misma, así que agradeceré si alguien me lo dice.






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