Todavía conmovido por el enésimo gesto de cariño recibido, acudí al patio donde me esperaban Teresa, I., A. y Al. para ir a la ciudad.
La
primera parada era el supermercado para comprar unas bombonas de gas.
Al lado del mismo, había una tienda especializada en café así que
aprovechamos también para comprar con la intención de traernos a
España.
El
supermercado estaba bastante bien abastecido, lo cual nos comentó
Teresa no sucede siempre. En nuestra mentalidad cuesta comprender que
quieras comprar algo tan básico como una bombona de gas y que sea
materialmente imposible sencillamente porque no hay.
Tras
una fugaz visita a un hospital, anteriormente leprosería, en cuya
pequeña tienda se venden los productos que elaboran, principalmente
bordados, Teresa nos lleva a Mekanissa, pero no al centro don Bosco sino
al barrio en el que viven la mayoría de los niños del colegio. Allí, en
ese paupérrimo barrio en cuyo acceso la furgoneta roza los bajos debido
a un agujero en el firme, hay una misión de monjas italianas con las
que Teresa tiene muy buena relación.
Las
monjas son entrañables. Se dedican a tareas de enfermería en casos de
gran complejidad y crudeza pero no hay un solo instante de los que
pasamos con ellas en que no sonrían e irradien alegría. Junto con las
bombonas de gas, Teresa les entrega unas medicinas llegadas de España
que agradecen sentidamente. La verdad es que da gusto el clima de
colaboración que percibimos entre todos los voluntarios, que exprimen
todo lo que llega siempre en beneficio de los más necesitados.
Realmente
impresionados por la feliz entrega de las monjas, volvemos al centro
Don Bosco. Después de la comida, A. y Al. partirán hacia Kenia así que
tocará despedida.
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