Qué verdad es que cuanto más cuestán las cosas más se aprecian. Si la temporada pasada, el Huesca logró la permanencia sin demasiado sufrimiento, lo de este año está siendo sencillamente vibrante.
Personalmente, en pocos días he pasado de la decepción del día del Betis (menuda derrota tan injusta) al éxtasis de nervios vivido el día del Cádiz pasando por el sufrimiento en Villarreal (menuda apisonadora de equipo: mereció golear al Huesca)
Como aún queda un partido y la permanencia ni mucho menos está sellada (hay que rematarla en Vigo), habrá que dejar los balances generalistas para otro momento. Toca centrarse en Vigo y, si me lo permiten, disfrutar del partido del pasado domingo ante el Cádiz. Un partido de esos que, y perdón por el tópico, hacen afición.
La previa
El ambiente previo del partido se enrareció absurdamente por el tema de las entradas reservadas al club gaditano. Salvo algún oscura causa que desconozco, no entiendo qué problema había en darle 200 entradas más a los aficionados de Cádiz y quedar bien.
El inicio: 0-1
El partido no pudo comenzar peor para el Huesca: apenas habían pasado cinco minutos, cuando una internada por banda (cuánto sufrió De la Vega) la culminaba Enrique para hacer el 0-1. En el campo me pareció que la arrancada inicial del extremo izquierdo del Cádiz es en fuera de juego, pero lo mismo da: gol.
Minutos de semizozobra
No pintaba bien el partido para el Huesca y el resultado podía empezar a pesar de manera proporcional a la velocidad con la que corría el reloj. Eso sí, el equipo lo intentaba con relativa tranquilidad, a diferencia del manojo de nervios que afloró en Villarreal tras el gol de Marco Rubén. En cualquier caso, el Cádiz controlaba y Tristán daba miedo demostrando, con el balón controlado, la calidad que atesora. Por suerte, Doblas estuvo atentísimo para dar la debida réplica.
Un detalle: Si en Villarreal una mirada al banquillo oscense delataba cabezas gachas, el domingo el banquillo - liderado por un Joaquín Sorribas que no paraba quieto- transmitía gran motivación.
El Helguerazo y descanso
Justo cuando más complicada empezaba a estar la situación fue cuando Luis Helguera, que en mi opinión ha terminado la temporada a un muy buen nivel, cazaba un balón rechazado al borde del área y lo empalaba sin piedad hasta el fondo de las mallas: golazo y empujón moral tanto para los jugadores como para el público. Y, en mi opinión, allí se acabó el Cádiz.
Inicio del segundo tiempo: Moisés
La piña - con jugadores reservas incluidos- del descanso fue el presagio de las ganas con las que el Huesca salió a por el Cádiz. Ya en el primer minuto, Rodrigo (lo siento, pero no puedo con la indolencia de este muchacho) se durmió en una clarísima ocasión. El Huesca, a base de ganas, apretaba y apretaba. La entrada de Moisés por Rodrigo sirvió para dar una vuelta de tuerca adicional. De un balón luchado por Moi (creo que no se ha reconocido en su justa medida el temporadón de este hombre), vino la triple ocasión de José Végar, Gilvan y Camacho, que terminó disparando alto. En apenas un par de minutos, Moisés (el de los 38 años, sí) había incordiado más que su antecesor en la vanguardia del ataque durante más de cincuenta.
La expulsión de Helguera
El partido empezaba a tener pinta de 2-1 en cualquier momento. Helguera, que al igual que Corona, vive siempre al límite del reglamento, se iba a la calle por una acción tan rigurosa por parte del árbitro como absurda por parte del centrocampista. Varapalo y cuesta arriba, porque el agujero que dejaba en la parcela central unido al golpe moral permitió rehacerse al conjunto gaditano.
Reacción
El Huesca tiró de casta y también justo es decir que Calderón acertó en los cambios. Gallardo - que no es precisamente santo de mi devoción- entraba por José Végar y daba toda una lección de veteranía leyendo el partido a la perfección. Además, Joaquín Sorribas salía al césped dispuesto a merendarse a cuantos rivales se le pusieran enfrente. Se recuperaba la sensación de igualdad pero no era suficiente: había que ganar
El 2-1
Efectivamente, había que ganar. Y sólo se podía ganar apelando a la heroica. El enésimo balón luchado por Moisés le caía a Juanjo Camacho quien fusilaba la portería visitante haciendo justicia en el marcador y también con el propio futbolista, que merece con creces formar parte de la Historia del Huesca.
Los últimos minutos.
El reloj - antes veloz e implacable- pareció pararse desde ese momento. Aun hubo tiempo para una estúpida tarjeta para Gilvan (creo que varias de las seis que le han sacado lo han sido) e incluso para otra más que supuso su expulsión. Al final, con varios balones sobre el césped (feo gesto, una vez más) terminaba el partido.
El delirio
Tras el pitido final, llegó el delirio. Jugadores, cuerpo técnico y afición festejaron la victoria conscientes de la importancia de la misma. A toro pasado, te das cuenta que hubo gestos relevantes. Si está meridianamente claro que lo de Doblas fue una despedida, también lo pareció en el caso de Antonio Calderón y, si me apuran, el de Robert y Camacho (ojalá me equivoque).
Conclusión
Al que suscribe, esa noche le costó conciliar el sueño. Fueron tantos los nervios, tantas las emociones que el cuerpo se resistió a relajarse para descansar. Como decía al principio, falta rubricar la permanencia en Vigo.
Personalmente, en pocos días he pasado de la decepción del día del Betis (menuda derrota tan injusta) al éxtasis de nervios vivido el día del Cádiz pasando por el sufrimiento en Villarreal (menuda apisonadora de equipo: mereció golear al Huesca)
Como aún queda un partido y la permanencia ni mucho menos está sellada (hay que rematarla en Vigo), habrá que dejar los balances generalistas para otro momento. Toca centrarse en Vigo y, si me lo permiten, disfrutar del partido del pasado domingo ante el Cádiz. Un partido de esos que, y perdón por el tópico, hacen afición.
La previa
El ambiente previo del partido se enrareció absurdamente por el tema de las entradas reservadas al club gaditano. Salvo algún oscura causa que desconozco, no entiendo qué problema había en darle 200 entradas más a los aficionados de Cádiz y quedar bien.
El inicio: 0-1
El partido no pudo comenzar peor para el Huesca: apenas habían pasado cinco minutos, cuando una internada por banda (cuánto sufrió De la Vega) la culminaba Enrique para hacer el 0-1. En el campo me pareció que la arrancada inicial del extremo izquierdo del Cádiz es en fuera de juego, pero lo mismo da: gol.
Minutos de semizozobra
No pintaba bien el partido para el Huesca y el resultado podía empezar a pesar de manera proporcional a la velocidad con la que corría el reloj. Eso sí, el equipo lo intentaba con relativa tranquilidad, a diferencia del manojo de nervios que afloró en Villarreal tras el gol de Marco Rubén. En cualquier caso, el Cádiz controlaba y Tristán daba miedo demostrando, con el balón controlado, la calidad que atesora. Por suerte, Doblas estuvo atentísimo para dar la debida réplica.
Un detalle: Si en Villarreal una mirada al banquillo oscense delataba cabezas gachas, el domingo el banquillo - liderado por un Joaquín Sorribas que no paraba quieto- transmitía gran motivación.
El Helguerazo y descanso
Justo cuando más complicada empezaba a estar la situación fue cuando Luis Helguera, que en mi opinión ha terminado la temporada a un muy buen nivel, cazaba un balón rechazado al borde del área y lo empalaba sin piedad hasta el fondo de las mallas: golazo y empujón moral tanto para los jugadores como para el público. Y, en mi opinión, allí se acabó el Cádiz.
Inicio del segundo tiempo: Moisés
La piña - con jugadores reservas incluidos- del descanso fue el presagio de las ganas con las que el Huesca salió a por el Cádiz. Ya en el primer minuto, Rodrigo (lo siento, pero no puedo con la indolencia de este muchacho) se durmió en una clarísima ocasión. El Huesca, a base de ganas, apretaba y apretaba. La entrada de Moisés por Rodrigo sirvió para dar una vuelta de tuerca adicional. De un balón luchado por Moi (creo que no se ha reconocido en su justa medida el temporadón de este hombre), vino la triple ocasión de José Végar, Gilvan y Camacho, que terminó disparando alto. En apenas un par de minutos, Moisés (el de los 38 años, sí) había incordiado más que su antecesor en la vanguardia del ataque durante más de cincuenta.
La expulsión de Helguera
El partido empezaba a tener pinta de 2-1 en cualquier momento. Helguera, que al igual que Corona, vive siempre al límite del reglamento, se iba a la calle por una acción tan rigurosa por parte del árbitro como absurda por parte del centrocampista. Varapalo y cuesta arriba, porque el agujero que dejaba en la parcela central unido al golpe moral permitió rehacerse al conjunto gaditano.
Reacción
El Huesca tiró de casta y también justo es decir que Calderón acertó en los cambios. Gallardo - que no es precisamente santo de mi devoción- entraba por José Végar y daba toda una lección de veteranía leyendo el partido a la perfección. Además, Joaquín Sorribas salía al césped dispuesto a merendarse a cuantos rivales se le pusieran enfrente. Se recuperaba la sensación de igualdad pero no era suficiente: había que ganar
El 2-1
Efectivamente, había que ganar. Y sólo se podía ganar apelando a la heroica. El enésimo balón luchado por Moisés le caía a Juanjo Camacho quien fusilaba la portería visitante haciendo justicia en el marcador y también con el propio futbolista, que merece con creces formar parte de la Historia del Huesca.
Los últimos minutos.
El reloj - antes veloz e implacable- pareció pararse desde ese momento. Aun hubo tiempo para una estúpida tarjeta para Gilvan (creo que varias de las seis que le han sacado lo han sido) e incluso para otra más que supuso su expulsión. Al final, con varios balones sobre el césped (feo gesto, una vez más) terminaba el partido.
El delirio
Tras el pitido final, llegó el delirio. Jugadores, cuerpo técnico y afición festejaron la victoria conscientes de la importancia de la misma. A toro pasado, te das cuenta que hubo gestos relevantes. Si está meridianamente claro que lo de Doblas fue una despedida, también lo pareció en el caso de Antonio Calderón y, si me apuran, el de Robert y Camacho (ojalá me equivoque).
Conclusión
Al que suscribe, esa noche le costó conciliar el sueño. Fueron tantos los nervios, tantas las emociones que el cuerpo se resistió a relajarse para descansar. Como decía al principio, falta rubricar la permanencia en Vigo.
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