Casi una semana después del evento, me siento hoy para plasmar por escrito las innumerables sensaciones vividas el pasado domingo 22 en la II Carrera Boca del Infierno que, organizada por el Club Asamún, tuvo lugar en el Valle de Hecho (Huesca).
El sábado por la tarde Hecho ya emanaba ambiente deportivo: fuimos bastantes los que acudimos a recoger el dorsal y a escuchar las explicaciones que tanto Rafael Medina como Sergio San Gumersindo - del club Asamún - daban apoyándose en un vídeo editado para la ocasión. La cantidad y calidad de obsequios en la bolsa del corredor no eran sino una premonición material de lo que nos aguardaba al día siguiente en la Boca del Infierno. Cierto temblor en las voces de Rafa y Sergio delataba los nervios de quienes han trabajado mucho y bien cuidando hasta el último detalle, por minúsculo que fuera.
A la mañana siguiente tocaba madrugar para estar sobre las 8'30 cerca de la salida: caras conocidas, nervios de última hora y a Rafa que se le van las piernas deseando correr, aunque sabe que sus obligaciones se lo impiden. Pocos minutos antes de las 9, todos al corralito de salida donde voluntarios capitaneados por la gran Maru - la voz de las inscripciones- controlan los dorsales: "El 31 va a ganar", bromea cuando me ve.
A las 9 en punto, el alcalde del Valle de Hecho alza un pañuelo al viento y se oye el grito de los corredores. Ese grito cuyo volumen - dice mi hermano - es proporcional a la dureza de la prueba. Los dos primeros kilómetros transcurren por una pista ancha y los que disputan la carrera salen fuertes para tomar posiciones antes de que el camino se estreche y se convierta en sendero.
Tras atravesar un puente de madera, comienza el sendero y con él la primera subida del día. El primer descenso se coge con reservas, pues a la vuelta se recorrerá en sentido inverso. Todavía queda mucho camino.
En la parte trasera de la carrera formo grupo con Guillermo, un mozo de la zona que se enfrenta a la prueba con tanta ilusión como carreras le quedan por delante. Vamos tranquilos, andando deprisa en las subidas y trotando suavemente cuando el terreno lo permite. En definitiva, vamos disfrutando.
Ante el despliegue de cintas que marcan la ruta es inevitable acordarse del trabajo de Rafa. "Madre mía, y luego habrá que quitarlas...", pienso entre mí. En cualquier caso, no sólo es cosa de Rafa y no sólo son las cintas: se nota que han desbrozado la senda. Han puesto escalones e incluso, más adelante, una soga en el tramo donde el año pasado se desvió equivocadamente un buen número de corredores. Sobresaliente el trabajo de todos.
En el avituallamiento del Campamento de San Juan de Dios, me sorprende la presencia de Sergio. No hubiera querido verle allí porque era síntoma de que algo había sucedido, en este caso con su tobillo. Vaya rabia. Por desgracia, no fue el primero ni el último que tuvo que abandonar por una torcedura.
Ya sin Guillermo, encontré un nuevo compañero en el furgón de cola: Jesús. Con él ascendimos al refugio de Gabardito, descendimos hacia el puente de Santa Ana e incluso trotamos ante la afición oscense poco antes de la calzada romana. Tal como había anunciado Rafa en la reunión del sábado, en la calzada pega el sol y la subida se hace bastante dura. Con Jesús esperándome y dándome ánimos, conseguimos iniciar un descenso en el que el rugir del río nos anuncia que estamos cerca del Campamento de San Juan de Dios.
En el avituallamiento nos ofrecen agua y aquarius pero les pedimos la bota de vino. Llegados a este punto sabemos que tenemos la carrera en el bolsillo y queremos celebrarlo. Por la radio, comunican "Estamos almorzando con el dorsal 122 y el dorsal 31". Renunciando a la longaniza pero con una sonrisa, reemprendemos la marcha que nos ha de llevar a la línea de meta en el Campamento de Ramiro el Monje.
Sabemos que estamos cerca pero parece que los repechos no terminan nunca. Con arengas mutuas llegamos a cruzar el último de los barrancos e iniciamos el último descenso con la premisa de llegar sanos y salvos y con la ilusión de bajar de las cuatro horas, algo con lo que yo no contaba.
Caras conocidas nos anuncian que estamos ya en esos metros en los que las piernas parecen flotar solas y la alegría diluye el cansancio, la sed y las ampollas.
Aunque llegamos últimos, la carrera no termina para los organizadores hasta que no localizan al último corredor - extraviado y posteriormente encontrado como un bolso en la tarde del sábado. Tampoco termina para Berta y Ana (Studio 58), que se han multiplicado a lo largo y ancho del recorrido para captar las mejores imágenes.
Después: abrazos, fotos, sonrisas, barril de sidra, ducha, comida, sorteo de regalos - un 10 para los sponsors- y, por encima de todo, la sensación de haber disfrutado de un día - como diría Sergio- MARAVILLOSO.
El sábado por la tarde Hecho ya emanaba ambiente deportivo: fuimos bastantes los que acudimos a recoger el dorsal y a escuchar las explicaciones que tanto Rafael Medina como Sergio San Gumersindo - del club Asamún - daban apoyándose en un vídeo editado para la ocasión. La cantidad y calidad de obsequios en la bolsa del corredor no eran sino una premonición material de lo que nos aguardaba al día siguiente en la Boca del Infierno. Cierto temblor en las voces de Rafa y Sergio delataba los nervios de quienes han trabajado mucho y bien cuidando hasta el último detalle, por minúsculo que fuera.
A la mañana siguiente tocaba madrugar para estar sobre las 8'30 cerca de la salida: caras conocidas, nervios de última hora y a Rafa que se le van las piernas deseando correr, aunque sabe que sus obligaciones se lo impiden. Pocos minutos antes de las 9, todos al corralito de salida donde voluntarios capitaneados por la gran Maru - la voz de las inscripciones- controlan los dorsales: "El 31 va a ganar", bromea cuando me ve.
A las 9 en punto, el alcalde del Valle de Hecho alza un pañuelo al viento y se oye el grito de los corredores. Ese grito cuyo volumen - dice mi hermano - es proporcional a la dureza de la prueba. Los dos primeros kilómetros transcurren por una pista ancha y los que disputan la carrera salen fuertes para tomar posiciones antes de que el camino se estreche y se convierta en sendero.
Tras atravesar un puente de madera, comienza el sendero y con él la primera subida del día. El primer descenso se coge con reservas, pues a la vuelta se recorrerá en sentido inverso. Todavía queda mucho camino.
En la parte trasera de la carrera formo grupo con Guillermo, un mozo de la zona que se enfrenta a la prueba con tanta ilusión como carreras le quedan por delante. Vamos tranquilos, andando deprisa en las subidas y trotando suavemente cuando el terreno lo permite. En definitiva, vamos disfrutando.
Ante el despliegue de cintas que marcan la ruta es inevitable acordarse del trabajo de Rafa. "Madre mía, y luego habrá que quitarlas...", pienso entre mí. En cualquier caso, no sólo es cosa de Rafa y no sólo son las cintas: se nota que han desbrozado la senda. Han puesto escalones e incluso, más adelante, una soga en el tramo donde el año pasado se desvió equivocadamente un buen número de corredores. Sobresaliente el trabajo de todos.
En el avituallamiento del Campamento de San Juan de Dios, me sorprende la presencia de Sergio. No hubiera querido verle allí porque era síntoma de que algo había sucedido, en este caso con su tobillo. Vaya rabia. Por desgracia, no fue el primero ni el último que tuvo que abandonar por una torcedura.
Ya sin Guillermo, encontré un nuevo compañero en el furgón de cola: Jesús. Con él ascendimos al refugio de Gabardito, descendimos hacia el puente de Santa Ana e incluso trotamos ante la afición oscense poco antes de la calzada romana. Tal como había anunciado Rafa en la reunión del sábado, en la calzada pega el sol y la subida se hace bastante dura. Con Jesús esperándome y dándome ánimos, conseguimos iniciar un descenso en el que el rugir del río nos anuncia que estamos cerca del Campamento de San Juan de Dios.
En el avituallamiento nos ofrecen agua y aquarius pero les pedimos la bota de vino. Llegados a este punto sabemos que tenemos la carrera en el bolsillo y queremos celebrarlo. Por la radio, comunican "Estamos almorzando con el dorsal 122 y el dorsal 31". Renunciando a la longaniza pero con una sonrisa, reemprendemos la marcha que nos ha de llevar a la línea de meta en el Campamento de Ramiro el Monje.
Sabemos que estamos cerca pero parece que los repechos no terminan nunca. Con arengas mutuas llegamos a cruzar el último de los barrancos e iniciamos el último descenso con la premisa de llegar sanos y salvos y con la ilusión de bajar de las cuatro horas, algo con lo que yo no contaba.
Caras conocidas nos anuncian que estamos ya en esos metros en los que las piernas parecen flotar solas y la alegría diluye el cansancio, la sed y las ampollas.
Aunque llegamos últimos, la carrera no termina para los organizadores hasta que no localizan al último corredor - extraviado y posteriormente encontrado como un bolso en la tarde del sábado. Tampoco termina para Berta y Ana (Studio 58), que se han multiplicado a lo largo y ancho del recorrido para captar las mejores imágenes.
Después: abrazos, fotos, sonrisas, barril de sidra, ducha, comida, sorteo de regalos - un 10 para los sponsors- y, por encima de todo, la sensación de haber disfrutado de un día - como diría Sergio- MARAVILLOSO.
- LO MEJOR: Todo (la organización en pleno, el cartel, la belleza del recorrido, el ambiente, la sidra, la camiseta, las chesitas, los sponsors, el sorteo de regalos, el animador de la sobremesa, ...)
- MEJORABLE: Para el año que viene habría que intentar que todo el mundo acuda a la reunión técnica del sábado por la tarde. Conlleva el reto del alojamiento pero habrá que intentarlo.
- LO PEOR: Sin duda, la mala pata de los que por una u otra razón no pudieron terminar la prueba. Seguro que el año que viene os desquitáis.
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