sábado, 14 de abril de 2012

Apañero


[J] - ¿Quieres jugar con nosotros a la Primitiva? Son  200 pesetas...
[A] - Llevo 200 pesetas. Puedo jugar a la primitiva o tomarme otra cerveza...
[Pausa]
[A]-  Ponme otra jarra

Y tocó. No hizo millonario a nadie pero las cuatro perras que tocaron fueron suficientes para grabar a fuego la anécdota y esbozar una sonrisa siempre que sale a colación. 

A. tenía imán para que, apenas un par de segundos después del salto inicial, el balón cayera en sus manos. Tras una parada en un tiempo de manual veía el lanzamiento de tres desde la diagonal con un estilo tan inconfundible como impredecible era el resultado que podía ir desde una agradable caricia a la red del cesto a una auténtica pedrada contra el tablero. "Ya ha hecho la cruz en el suelo para tirar desde ahí el resto del partido", comentaba algún compañero desde el banquillo en el primer caso, aludiendo al buen número de dioptrías con las que el Apañero salía a la cancha sin gafas ni lentillas (años después se operó de la vista y le supuso un buena temporada de adaptación...)

Tan capaz de hacer una genial entrada a canasta parapetándose con su corpachón de cuantos rivales salieran a su paso, como de cortar un contrataque rival con una entrada futbolera a ras de suelo y con los pies por delante, sus acciones siempre tuvieron cierta bula entre sus compañeros e incluso entre sus rivales. No era extraño escuchar una ovación entre risas desde el banquillo tras un pase enviado contra las espalderas del fondo de la pista, o que un jugador contrario aceptara de buena gana las disculpas en forma de brazo sobre el hombro tras un manotazo que propinado por algún otro hubiera supuesto una respuesta más airada.

Tan callado como excesivamente generoso y de buen conformar, se adaptaba con un escueto "bien" a cualquier actividad que se le propusiera: acuático en los barrancos, lanzado haciendo esquí de fondo, cantarín en el karaoke (qué interpretación, aspiración incluida la de "Mi agüita amarilla" en Salou) o voraz y temerario en esas interminables partidas de parchís que teníamos que interrumpir a veces por los ataques de risa que nos provocaba alguno de sus socarrones comentarios.

Todavía le veo acompañando cansinamente su carpeta por Huesca, sacando una longaniza en el monte como quien saca una barrita energética, o agachado apoyado sobre sus muslos cuando su corazón se agitaba jugando a baloncesto. 

Todavía, Apañero, no me creo que te nos hayas escapado y por eso la próxima vez que coincida una derrota del Madrid con los triunfos del Zaragoza y el Barcelona pensaré que tienes tres aciertos en la quiniela.

4 comentarios:

Alejandro dijo...

Estos casi treinta años nos han dejado un sinfín de anécdotas y de gratos momentos en el recuerdo.
Cuando me sienta capaz intentaré compartir alguno de ellos.
Lo que seguro que no haré es olvidarlos.

Enrique dijo...

A ninguno de los que lo conocimos nos ha dejado indiferente, un abrazo y ánimo.

Oscar dijo...

Siempre recordaré al yugoslavo de la Gargola...un abrazo a todos.

Elena dijo...

Una pizca de dulzura para la amargura...
Mucho animo y fuerza para que el dolor deje paso a los recuerdos.
Yo siempre guardare uno muy especial...