martes, 18 de junio de 2013

Clásica Lagos de Covadonga 2013

Retomo esta abandonada bitácora para levantar acta de las sensaciones vividas en la Clásica Cicloturista de los Lagos de Covadonga que tuvo lugar el sábado 15 de junio en Cangas de Onís (Asturias).

El origen

Siempre me ha gustado la bicicleta pero por mis condiciones físicas nunca me había planteado hacer una cicloturista y mucho menos una que incluyera un puerto tan imponente como el de los Lagos de Covadonga. Mi radio de acción con las dos ruedas no pasaba de mi admirado Salto de Roldán, el Castillo de Loarre o contadas gestas rondando el centenar de kilómetros por las faldas de la Sierra de Guara. 

¿Cómo surgió entonces la chaladura de inscribirme en esta marcha cicloturista? Como suele pasar, de manera totalmente imprevisible: te enteras de que un amigo tuyo ha tenido un pajarón en una excursión ciclista y le envías un mensaje dándole recuerdos del "Tío del Mazo", invitas a otros amigos a la conversación y terminas picándote para quedar un día y dejar que hable el asfalto en vez la pantallica táctil. Entre medio subes a ver la Quebrantahuesos al Puerto de Somport y entrenas un poquico para no hacer demasiado la risa en las rampas de Loarre, le coges el gustillo y al final alguien dice "tendríamos que apuntarnos a una marcha todos juntos". Y claro, como para la inscripción para Lagos había que esperar a febrero, qué mejor manera de saciar la anglucia que invertir 3€ en la preinscripción de la Quebrantahuesos (total, ya puestos...)

Sea como fuere, desde el último tercio de 2012 comencé a tomarme más en serio el tema de la bicicleta teniendo en mente probar suerte en alguno de los citados retos. Durante el invierno y la primavera, la ilusión de terminar ambas marchas me ha hecho vencer la pereza que supone salir en días de auténtico frío o infame ventolera. Bien fuera con los amigos o sólo acompañado por la familia en la distancia - que aunque no pedalee, forma parte y mucho del reto- he ido completando un número de kilómetros tan insuficiente a ojos de los cicloturistas más habituados como inverosomíl para mis condiciones de contorno.

La previa

Nos habíamos inscrito un grupo de 7 amigos a la Clásica. Aunque finalmente la baja de última hora de A. nos dejó en 6 cicloturistas, fuimos 9 personas incluyendo la hinchada. Nos intentamos organizar para llegar a la zona el mismo viernes con el fin de disfrutar del entorno y la gastronomía local. Aunque nuestra falta de previsión nos impidió ubicarnos cerca de la salida (Cangas de Onís), terminamos alojados en un pequeño pueblo del concejo de Llanes, Villanueva de Pría, desde donde hemos podido disfrutar de fenomenales escapadas a sitios tan espectaculares (de cine) como los Bufones de Pría, o las playas de Gulpiyuri, San Antolín, Torimbia, La Canal o Cuevas del Mar.
 
Rompiendo cualquier planificación de dieta disociada o equivalente que se precie, no escasearon en nuestra dieta ni la fabada, ni el potaje asturiano, ni el cabracho ni la ternera de la zona ni por supuesto la sidra, que sabe diferente cuando te la tomas en Asturias con tu gente.

La salida

Tras un buen madrugón y la aproximadamente media hora que nos separaba de Cangas de Onís, aparcamos en una explanada no muy alejada de la zona de entrega de dorsales. Pertrechamos las bicis con los dorsales - personalizados, por cierto-, llenamos los bolsillos de viandas y nos dejamos atormentar por las típicas dudas (que si me pongo o no camiseta interior, que qué hago con el buff, me pongo el chubasquero ya o me espero...). 
A poco menos de un cuarto de hora cruzamos el Sella por un puente peatonal y nos ubicamos en una calle transversal a la de la salida, en espera del comienzo de la marcha y sin tener conciencia de si estábamos muy lejos o muy cerca de la zona inicial. A toro pasado, me di cuenta de que ni nos enteramos del homenaje a Carlos Barredo ni de nada de los actos de la salida pero personalmente, yo estaba con bastantes nervios por ser mi primera cicloturista y sobre todo por enfrentarme al reto de rodar en mi primer gran pelotón.
Posando para las fotos de rigor y haciendo de fotógrafo para algunos cicloturistas que me rodeaban, se hicieron las 9 de la mañana, hora fijada para el inicio.
Una vez arrancó la prueba, anduve unos metros a la pata coja hasta que me sentí lo suficientemente seguro como para colocarme la cala y empezar a pedalear. Tal como me habían aconsejado me coloqué lo más a la derecha que pude con mil ojos en mi entorno (tal es así que ni vi el famoso puente de Cangas) intentando no perderme demasiado de mi grupo, que había arrancado con bastante más seguridad que yo.


De Cangas de Onís a Ribadesella

El perfil del tramo entre Cangas de Onís y Ribadesella es bastante favorable. No diré cómodo porque no lo fue para mí y no será por los desvelos de mi grupo, especialmente de M. y C. que se iban descolgando de sus pelotones y me señalaban su rueda para ubicarme adecuadamente, pero entre los nervios y ese "guardar, guardar, guardar" que había grabado a fuego en mi mente para llegar en condiciones a la subida de los Lagos me hizo sugerir a mis acompañantes que tiraran hacia adelante, aunque C. finalmente se quedó conmigo dándome una enorme tranquilidad.

Me recuerdo mirando alucinado el GPS por la rapidísima velocidad a la que íbamos y yo diciéndole a M. que tirara para adelante porque me veía demasiado alto de velocidad y de pulsaciones para el momento en el que estábamos. Igual de inolvidable es la respuesta de M. ("Ni caso. Esas pulsaciones son de otro") o el grito de júbilo al adelantar a J., que se había parado a evacuar en una cuneta.
 
De Ribadesella al primer avituallamiento

La primera cuesta de cierta entidad estaba en Ribadesella. Allí la carretera iba recomponiendo los grupos, formando nuevos pelotones. Antes del avituallamiento, decidimos parar a evacuar. Aproveché para quitarme el chubasquero pues ya había entrado en calor y le dije a C. que se uniera a alguno de los pelotones que nos iban adelantando a mayor velocidad. De este tramo me llamó la atención la cantidad de bombas de hinchar que había sobre el asfalto, entiendo que de gente que la llevaba en bolsillo del maillot. 
Por un momento me quedé en tierra de nadie, aunque no tardó en juntarse a mí un chico de Madrid para el que también era la primera marcha cicloturista. Charla que te charla, llegamos al avituallamiento que estaba muy bien situado antes del primer puerto de la marcha: el alto de la Tornería.

Nada más llegar, vi que C. me estaba esperando. Dejamos las bicis juntas y nos pusimos a hacer la atestada cola que había hasta que alguien gritó "estáis haciendo el primo en la cola. Hay lo mismo en todas las mesas y no hay gente". La cola se disolvió y pudimos acceder sin mayor problema al avituallamiento. Comí un par de hojaldres de chocolate, bebí y rellené agua y aproveché para llenar el segundo bidón con una lata de bebida isotónica. Nueva evacuación (¿la sidra?), un escueto mensaje a la familia y a la bicicleta junto a C. (aunque sin mi compañero de charla de los últimos kilómetros, menuda rabia). 

El Alto de la Tornería

Casualidades de la vida, en los preludios del Alto de la Tornería coincidimos con un chico cuyo padre había trabajado en una empresa - ya extinta- de Huesca. Se interesó por el maillot que llevaba yo (el de la cruz de San Jorge) y me preguntó dónde podía comprarlo, de lo que deduzco que guarda un buen recuerdo.

El Alto de la Tornería me sorprendió por su dureza. A la vista del perfil me esperaba algo similar al Castillo de Loarre pero creo que es un puerto de una dureza más que considerable. Me sorprendió ver a gente ya con la bicicleta en la mano y me enfadó muchísimo el reguero de desperdicios (principalmente los plásticos de los geles) que ensuciaba un paisaje imponente. Al igual que me pasa cuando alguna vez acudo a una carrera por montaña, creo que habría que ser implacable con los marranos. Tolerancia cero.

Vale la pena dejar constancia también de la sonrisa que me arrancó el comentario de un espectador que, al ver mi dorsal (el 123) me espetó "Venga, que para esto te apuntaste de los primeros"

Subí junto a C. prácticamente todo el puerto. Sólo al final alegró un poco más el ritmo y se me fue unos metros, aunque pudo jalearme desde lo alto de una de las últimas curvas de herradura.
En la cima, nueva parada técnica para ponerme el chubasquero, hidratar la cuneta y dejar pasar a una ambulancia que venía a toda pastilla. Había leído bastante sobre la peligrosidad de la bajada y tenía muy claro que no me la iba a jugar.

Bien pegadico a la derecha y sin mucho tráfico fui bajando con mucha precaución. Lo cierto es que las zonas peligrosas estaban muy bien señalizadas, como una curva que me recordó sobremanera a la curva que hay en la bajada de Sabayés a Nueno y a la que tengo especial tirria. Ya casi al final de la bajada, en el punto más crítico, una ambulancia detenida indicaba que los muchos avisos de la organización habían sido insuficientes. No tuve tiempo de ver al corredor pero sí de concentrarme en convencerme de que no era ninguno de mis allegados. No.

El Alto de Ortiguero y rumbo a Covadonga

A diferencia del primer puerto, el segundo me pareció mucho más suave. O eso o que me lo tomé con muchísima calma. Consciente de que mis compañeros se me habrían distanciado en la bajada más de lo que podría recuperar, me relajé, puse un desarrollo cómodo y esperé a encontrar un grupo en el que integrarme. Vi varios cicloturistas parados arreglando pinchazos, más de los que hubiera esperado. Paré a quitarme el chubasquero y comí una barrita de chocolate que llevaba antes de empezar a subir. Mandé un nuevo mensaje en el que decía algo así como "voy de lujo". La inexperiencia en marchas cicloturistas me había hecho estar bastante preocupado por los pelotones de la salida y el descenso de la Tornería. Había superado ambos miedos y me sentía optimista.

A poco de coronar, nuevo avituallamiento y alegrón al ver nuevamente a C., que me estaba esperando. Recarga de isotónica, hojaldre a la panza y vuelta a la bici, no sin precaución porque vimos un par de caídas de gente al arrancar en subida terminaba yéndose al suelo.

La bajada del alto de Ortiguero me pareció sencilla. Pude seguir el ritmo de C. e incluso al final aún me terminé animando - cuestión de peso- a dar algún relevo. El asfalto, eso sí, era bastante rugoso en algunos tramos y provocó algún que otro exabrupto de C.

Ya cerca de la rotonda que enfilaba hacia Covadonga me quedé un poco cortado pero no me importó mucho porque quería parar a quitarme el chubasquero y de paso soltar todo el lastre líquido de cara a lo que me quedaba por delante. Aproveché la parada para quitarme las gafas de sol y continué la parada. Enseguida un grito de C. me señaló un avituallamiento, cuyo desvío vi tarde. Di que iba servido de todo y acaba de parar hacía un momento, con lo cual no me preocupé en absoluto.

La Santina y la ascensión a los Lagos


Los primeros aparcamientos vaticinaban que el inicio de la ascensión a los Lagos estaba cerca. Enseguida, pude ver a la derecha el santuario de la Santina. Tan imposible como describir lo sentido  me será olvidarlo.

Poco a poco empezaba a verse más gente animando a los lados de la carretera. Poco antes de la alfombrilla que marcaba el inicio del cronometraje de la subida, C. hizo una paradiña: al fin y al cabo, luego compararíamos los tiempos de ascenso de unos y otros.

C. sube más alegre y yo me concentro en encontrar mi ritmo. Me siento fenomenal. Voy adelantando a bastantes cicloturistas y me anima mucho la gente que hay a ambos lados de la carretera. Me parece escuchar unas voces familiares pero no termino de creerlo pues espero que I., N. y Á. hayan podido subir más arriba, a la zona de la Huesera. Sin embargo, al girar la herradura del Mirador de los Canónigos ahí están. Es una rampa dura y me animo. No puedo parar aunque me gustaría. Reviso el pulsómetro no sea que me haya animado demasiado. Todo en orden.

Voy cruzándome con un reguero de ciclistas que ya han terminado la prueba. En algunos momentos, veo situaciones peligrosas ya que algunos ocupan prácticamente toda la calzada sin ser conscientes de que cuando subes no es sencillo maniobrar. 

Un cartel indica un porcentaje descomunal. No he querido meterme el perfil en el GPS para no agobiarme. Pienso si será la Huesera y efectivamente lo es. Me he guardado el último piñón para esa zona, aunque también mantengo en la cabeza que el puerto no termina ahí, que no me puedo cebar. Pongo el piñón y me levanto del sillín para cambiar de postura. En ese momento me cruzo con M. que ya baja tranquilamente y cuando escucha mi saludo se pone a darme ánimos, ánimos que sigo escuchando durante un buen rato y que me llevan a pensar que incluso haya dado la vuelta para subir conmigo (menos mal que no). La pendiente es tan pronunciada que siento como si la bici me empujara hacia abajo, pero el hecho de ir adelantando a gente y encontrarme con tan buenas sensaciones me hace superar ese tramo. Mi mente ya piensa en el Mirador de la Reina. 

En la herradura anterior al citado Mirador, echo la vista atrás y pienso en todo lo que he recorrido. Pienso que salvo descalabro voy a llegar. Animo a un corredor al que adelanto y me dice que todavía queda mucho. No sé si por esa frase o por cansancio, comienzo a preguntar compulsivamente cuánto queda a la gente que bajaba, obteniendo respuestas bastante dispares. En ese momento, un espectador me da una información tan concreta como alentadora: "300 metros y tienes un llano". Miro el cuentakilómetros. 


Enseguida me cruzo con J. y su hermano. Echan un grito de lejos y yo cierro el puño en señal de victoria para que sepan que voy bien. Me dicen que lo tengo hecho, una bajada y un último repecho. 

Siento como ha bajado la temperatura con la niebla pero apenas me molesto en subirme los manguitos. Sólo pienso en llegar y realmente estoy con la moral por las nubes. En el tramo de bajada, nuevamente máxima precaución porque los corredores que regresaban ocupaban mucha calzada. Llego al Lago Enol, del cual la niebla sólo me permite ver una esquina pero no me importa demasiado. Afronto el último repecho y veo a lo lejos el final y a mi hermano C. que me espera en la línea de llegada. Vuelvo a cerrar el puño y llego a meta. Le pregunto a C. si ha visto llegar a S. y M. y me dice que no. Me sorprende y en parte me preocupa aunque sé que estarán bien. C. me pide que me dé prisa porque hace mucho frío y lleva un rato esperando así que apenas me hace un par de fotos e intento llamar sin éxito a I. bajamos hasta el avituallamiento de meta. Allí, parada express para coger una bebida, ponerme el chubasquero y comenzar la bajada.

El descenso fue, de largo, lo peor del día. Terminé sin apenas sentir las manos y helado de frío pero todo se compensó cuando a pocos metros de la rotonda de acceso al Santuario nos juntamos todos y nos fundimos en un abrazo. Habíamos conseguido nuestro objetivo: terminar todos la marcha. No podíamos pedir más.

En resumen...

Desde mi punto de vista, una marcha fantástica, muy bien organizada y en un lugar precioso. Pero sobre todo, la culminación de un reto compartido con gente muy especial a la que ahora me siento más unido si cabe. Un recuerdo estupendo de esos que permanecen en la memoria de por vida.


Gracias :-)



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena cronica. Animo con la quebranta.

F.

Anónimo dijo...

Fantástica crónica!!! :-)