He dejado reposar una semana todo lo vivido el pasado fin de semana en la XXIII Marcha Cicloturista Quebrantahuesos antes de ponerme a escribir acerca de todo lo vivido. Como ya comenté en la entrada dedicada a la Marcha Cicloturista de los Lagos de Covadonga, este era un reto personal que hace un año - cuando presencié el discurrir de la marcha en el puerto de Somport - ni se me hubiera ocurrido plantear.
La previa
Digeridas las viandas y la euforia deportiva del fin de semana en Asturias, la semana previa a la Quebrantahuesos se me hizo bastante cuesta arriba. Bien sea porque cogí frío o bien - según el diagnóstico de un ultraconocido mío- por la "somatización de los nervios previos a la carrera" tuve el cuerpo bastante revoltos. Así las cosas, la semana apenas me dio para un paseo de apenas 30 Km con pésimas sensaciones.
Llegado el viernes y siguiendo un buen consejo que me dio un veterano de la prueba, acudí a Sabiñánigo a recoger el dorsal. Ya por la carretera, muchos vehículos porteando bicicletas vaticinaban el impresionante ambiente que íbamos a encontrarnos en Sabiñánigo. Me hice con el dorsal y, no sin antes aprovechar la coyuntura para fotografiarnos con Fernando Escartín (antes habíamos visto a Joseba Beloki, Edurne Pasabán o al gran Javier Moracho), regresamos a Huesca pues a la mañana siguiente tocaba madrugar. Además, antes de ir a la piltra había que dejar bien ubicado el dorsal y todo el material imprescindible para el gran día.
Llegó el día: el madrugón
Teniendo en cuenta la hora de salida y la ingente cantidad de corredores que íbamos a coincidir en Sabiñánigo, establecí las 4 de la madrugada como hora de levantarme. Por más veces que me suceda, no deja de fascinarme como en este tipo de ocasiones el cerebro gestiona el sueño y logra que abras los ojos apenas unos minutos antes de que suene el despertador. Chapeau.
Desayuné lo previsto (tostada, tortilla francesa con jamón y plátano) y tras proceder al estucado de mi cuerpo con factor solar 50, cargué la bici en el coche y me puse rumbo a Sabiñánigo por delante de un buen número de cicloturistas que aguardaban el transporte con sus burras a lo largo del Coso Alto oscense.
Sabiñánigo: la salida
Al contrario de lo que temía, no me resultó especialmente difícil aparcar en Sabiñánigo. De hecho, pude hacerlo al lado de mis amigos S. y M., lo cual me dio mucha moral para arrancar la mañana. Todavía con las dudas del "¿qué ropa me pongo?" por lo incierto de la meteorología, desperezamos las bicicletas y nos pusimos en marcha rumbo a la salida. S. y M. aún tuvieron arrestos de parar a tomar un café. Mi canguelo y yo nos quedamos guardando las bicicletas mientras una marea de corredores anunciaba inequívocamente que la hora de la salida estaba cercana.
Con suma cautela me acoplé al interminable pelotón que se dirigía a la salida. En las proximidades, me separé de S. y M. - cuyo tiempo les hacía merecedores de cajón de salida - y por la circunvalación que rodea Sabiñánigo me situé en la posición de salida.
No sé si más por frío o por miedo, lo cierto es que mis piernas amenizaron la interminable espera hasta que sonó el cohete de la salida - primero- y hasta que nos pudimos poner en movimiento -después- con un rítmico e inédito tembleque.
De Sabiñánigo a Jaca
Dada mi inexperiencia en rodar en grupo, intenté ubicarme lo más rápidamente posible a la derecha con el fin de permitir que me adelantaran con facilidad y poder reaccionar más rápidamente ante cualquier circunstancia. Lo cierto es que no tuve tanta sensación de peligro como hubiera pensado. Eso sí, apenas pude distraer la mirada hacia la gente que atestaba la calle Serrablo de Sabiñánigo a pesar de lo temprano de la hora y del a esas horas desapacible frío mañanero.
Seguramente a causa de mis temores, el tramo entre Sabiñánigo y Jaca se me hizo especialmente duro. En ningún momento pude integrarme en un pelotón en el que fuera cómodo. Mira que es difícil, pero terminé comiéndome solo la práctica totalidad del tramo de autovía, aderezado para más frustación con cierto viento de cara que martilleaba los consejos de mi hermano "sobre todo, no vayas solo entre Sabiñánigo y Jaca". En fin..
De Jaca a Somport
Realmente empecé a sentirme cómodo cuando enfilé hacia el puerto de Somport. Siempre con la premisa de guardar, guardar y guardar me integré en un grupo e incluso entable una agradabilísima conversación con un cicloturista de Alcala de Guadaira. Incluso me detuve cuando, al paso por Villanúa, él se paró a hacer una foto a "El Duende Eléctrico", que amenizaba el paso de los corredores provocando los vítores de todo el mundo. Después, fui el acompañado cuando propuse parar a regar la cuneta
Calma total hasta Canfranc y allí me separo un poco de G., mi nuevo compañero de fatigas. Sé que en lo alto de Somport me espera gente pero sobre todo quiero llevar siempre el ritmo que me pida el cuerpo. Ni más ni menos.
Fotografía de Jesús Alastruey |
Me sorprende que no se pase por Candanchú. Según sabría después, un desprendimiento lo impidió. El gentío en los últimos metros del alto de Somport me lleva en volandas hasta donde me espera mi gente. Me detengo, charlo un poco con ellos, cojo el periódico que me ofrecen y me muevo hacia el avituallamiento, donde cojo un sandwich de jamón y queso y relleno de bebida. Me pongo el chubasqero, me despido de los familiares y me dispongo a bajar el puerto. Desde ahí todo el recorrido es nuevo para mí.
Bajada del Somport
Al estar cortado el tráfico, el descenso de Somport se me hace muy sencillo. Aunque con precaución, puedo relajarme y me siento cómodo. No me adelanta mucha gente ni tampoco adelanto yo a demasiados cicloturistas.
Por primera vez logro integrarme en un grupo de no más de veinte personas. Charlo con uno de sus integrantes, un pamplonés que me da ánimos y consejos para lo que queda por delante. A pocos kilómetros del inicio del nuevo puerto y justo tras pasar una rotonda, el corredor que va justo delante de mí saca algo de su bolsillo trasero y con total desprecio lo tira a la cuneta. No me puedo contener y le echo un grito. Es algo que no puedo comprender y algo que terminaría indignándome sobremanera a lo largo de todo el recorrido. Con el cabreo todavía en el cuerpo, me dejo caer del grupo y paro en una cuneta a quitarme el chubasquero y hacer la evacuación de rigor.
De Escot al Marie-Blanque
Un intolerable reguero de desperdicios de geles, periódicos y otras guarrerías señala la llegada a Escot, que es donde comienzan las primeras rampas del Marie-Blanque. Del puerto destacan los últimos cuatro kilómetros, un pechugazo continuado que requiere un buen desarrollo para no terminar arrastrando la bicicleta. Esquivando a quienes lo hacían pude coronar sin grandes sufrimientos, aunque teniendo que recurrir a la mítica pregunta de "¿cuánto queda?" con algún espectador.
A pocos metros para la cima, ya con los acordes del gaitero de fondo se me une nuevamente G., lo cual me alegra muchísimo.
En la cima, fotografía de rigor, chubasquero y vuelta a la bicicleta.
Del Marie-Blanque a Laruns
Intenté disfrutar del impresionante paisaje del descenso del Marie-Blanque pero con las cautelas habituales, que en este caso incluían esquivar los caballos y vacas que campaban a sus anchas por la zona. A esas horas (la 1 de la tarde, aproximadamente) el día era espléndido. No puedo evitar detenerme para hacer una fotografía de lo que estaba viendo. Impresionante.
Perfectamente asesorado por los voluntarios que informaban de las curvas más peligrosas llegué de nuevo al terreno llano. No tardó mucho en adelantarme un grupo al que me agregué hasta una nueva parada para volver a quitarme el chubasquero.
El Portalet
Nuevamente con G. a mi vera, comencé la ascensión al Portalet. El Portalet no tiene rampas tan duras como las del Marie-Blanque pero a mí me supuso todo un reto - sobre todo mental- por su longitud. Recuerdo mirar el altímetro en el primer cartel que indicaba que restaban 27 Kms a la cima. Recuerdo volverlo a mirar cuando varios minutos después todavía quedaban 26. Y recuerdo hacer cuentas de cuántas horas podía costarme llegar a la cima al ritmo que iba. Recuerdo que me quedaba poca agua y recuerdo que tenía pocas ganas de comer lo que llevaba en el bolsillo. Y entre recuerdo y recuerdo, seguían quedando más de veinte kilómetros para la cima.
Paré en el avituallamiento líquido más por recuperarme mentalmente que por necesidad. Eché un vistazo al perfil y me di cuenta de que todavía quedaba todo un mundo. Un voluntario me comentó que apenas a 8 Kms había otro avituallamiento y me subí a la bicicleta marcándome pensar más en ese hito que en la todavía lejana cima.
Coincidiendo nuevamente con G. en algún tramo, llegué al avituallamiento con intención de comer algo tranquilamente para afrontar el tramo final. Apenas quedaba nada sólido más allá de fruta y frutos secos. Tiré de fruta, me relajé un poco y reemprendí la marcha.
Fotografía de Sportograf |
Desde ahí hasta la cima mis sensaciones mejoraron sobremanera. Cogí un ritmo cómodo y comencé a ser consciente de que el Portalet no se me iba a resistir. Como me dijo otro cicloturista, ya estábamos "a un paso de casa". Durante unos metros me integré con un grupo de madrileños que iban todos juntos grabándose un vídeo. Les pregunté acerca de lo que quedaba de puerto y me dijeron que era muy parecido a la zona que estábamos subiendo, lo cual me animó muchísimo.
Ya con el paisaje indicando que la cima estaba próxima, me pemití el lujo de echar la vista hacia atrás, degustando todo lo que había sido capaz de ascender. Una emoción indescriptible me invadió cuando vi las primeras casas del Portalet. Ya coronado, me detuve a ponerme el chubasquero y a enviar un mensaje de júbilo a quienes me aguardaban en Hoz de Jaca.
Del Portalet a Hoz de Jaca
Con la piel de gallina empecé el descenso. Pude ver a los fotógrafos de la organización apostados en la cuneta pero me centré en no tener ningún percance, aunque una vez más aluciné con lo bonito del paisaje. Es un auténtico lujo poder ir en bicicleta por semejantes parajes.
En el desvío hacia Panticosa me detuve para quitarme por última vez el chubasquero. Ya pasado el Pueyo de Jaca me uní a otro corredor con el que mantuvimos un diálogo que me imagino sería muy repetido durante toda la jornada: "Este puerto sobra". Bromas aparte, me centré en la subida, pensando en puertos similares que había subido durante la preparación y sobre todo en que en los metros finales iba a estar mi gente para darme el empujón final.
Fotografía de Inés Luna |
Pasada la primera rampa dura, vi a lo lejos un cartel que pensé indicaría "1 Km para la cima". Conforme me acercaba vi primero el símbolo de una calavera y posteriormente un anuncio que anunciaba inequívocamente la presencia del "Hombre del Mazo". Con una sonrisa en la oreja lo vi aproximarse y la sonrisa se tornó carcajada cuando descubrí que se trataba de alguien conocido. Recibí con dignidad su agresión y tiré para adelante consciente ya de que me quedaba apenas un kilómetro ("bueno, por no mentir un poco más, como bien matizó a voz en grito el Hombre del Mazo"). Recta. Curva a izquierda. Curva a derecha y a lo lejos, mi gente. Grito. Me ven. Me animan. Me emociono. Paro. Lo celebro.
Decido cambiarme de ropa y dejarles todos los complementos de abrigobrigo que llevo. Me pongo el maillot de la cruz de San Jorge que utilicé
en Lagos y saco de la bolsa de herramientas la camiseta azulgrana de la
SD Huesca con el dorsal 15. La que me regaló Joaquín Sorribas, la prenda con la que había soñado entrar en meta. Me la pongo, me despido de mi gente y emprendo los apenas doscientos metros de subida que me quedan con energías renovadas. Así llego a Hoz de Jaca donde resulta imposible rechazar algo en un avituallamiento que irradia entusiasmo e ilusión. Ya casi estamos.
De Hoz de Jaca a Sabiñánigo
La bajada de Hoz de Jaca hacia el pantano de Búbal es sinuosa. Veo una curva protegida con colchonetas. Algunas de ellas están movidas, síntoma inequívoco de que alguien se las ha llevado por delante.
Tras la presa de Búbal, el repecho que lleva a la carretera nacional saca exabruptos y risas de quienes allí hemos coincidido. Llegamos a la carretera nacional y todo el mundo se lanza hacia Sabiñánigo.
Nuevamente me quedo en solitario, pero esta vez es voluntariamente. Me dedido a disfrutar, a pensar en lo que estoy a punto de lograr. Me vienen tantas cosas a la mente... Pasado Biescas decido hacer la última parada. Esta vez me quito las gafas y me lavo la cara. Quiero salir bien en la foto.
Llegando a Sabiñánigo me uno a otro corredor. Nos felicitamos. Nos damos la mano. Gritamos. Estamos contentos, apenas faltan cinco kilómetros. Años atrás los recorrí corriendo, aunque en sentido contrario. Pongo el plato pequeño, qué más da el tiempo. Quiero saborear el final.
Pasado el desvío hacia Pirenarium la meta está en bajada. Escucho a mi gente, levanto el brazo y cierro el puño. Fruto de la euforia levanto la rueda delantera con fuerza en el primer resalto de los sensores de meta. Después de tanta precaución durante toda la jornada, casi me la pego en el último momento pero qué más da. Estoy en meta. Me fundo en un abrazo con los míos (menuda panzada de esperarme) y sigo disfrutando cada segundo. He terminado la Quebrantahuesos.
2 comentarios:
Campeon enhorabuena yo voy este año por primera vez y estoy acojonado porque no se si voy a terminarla por que voy muy pero q muy lento y por los controles no se si pasare en tiempo.
Alberto:
No te agobies en absoluto. Creo que los controles son holgados y se puede terminar la Quebrantahuesos sin agobios disfrutando el día y parando las veces que necesites para comer, hacer fotos o descansar.
En la cabecera del blog tienes mi correo por si puedo aclararte alguna duda en mi corta experiencia.
Saludos :-)
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