lunes, 13 de julio de 2015

Seis Segundos

Son cerca de las siete de la mañana. La calle hiede, la calle hierve. Los primeros rayos de sol delatan a quienes continúan en pie tras toda la noche de juerga.

Un nutrido grupo de policías locales escolta las máquinas barredoras, que comienzan a lustrar el pegajoso pavimento. Un movimiento de valla, una barrera de uniformados y la calle se vacía al completo. Silencio.

Los sanitarios se ubican y extienden su equipamiento. Una brigada de limpieza, refina manualmente el trabajo de la barredora. Un agente revisa con esmero cada persiana, cada patio, cada recoveco antes de que una representación municipal inspeccione la calle a contracorriente.

Una marea blanca y roja irrumpe en la calle hasta donde los policías permiten. Saltan, cantan gritan. Empieza a haber tensión.

"La mayoría sólo quiere sentir el subidón de adrelina que provoca el mero hecho de estar ahí abajo", me explica un lugareño. Efectivamente, cuando los agentes dejan paso se produce una estampida de gente que, a toda velocidad, pone rumbo al coso taurino.

La televisión nos muestras los cánticos al patrón. El hedor de la calle se transforma en tensión. Corredores habituales se aferran a sus ritos, se saludan brevemente, se desean suerte.

Un cohete suena cuando en los televisores todavía no se ha prendido. A la explosión sucede un grito y una nueva estampida. Me fijo en el corredor de blanco y verde. ¿Qué debe de pasar por su cabeza?

Por la mía pasa grabar un vídeo. Es mi tercer intento. En los dos anteriores fui incapaz de pulsar el botón. Esta vez lo tengo todo preparado. No cometeré los mismos errores.

Busco en el televisor una referencia pero la realidad va con adelanto. 

Más de dos horas de viaje. Poco más de una hora espera y seis intensos segundos para sentir el encierro en toda su magnitud. Esa que mi cámara, y en el fondo me alegro, no ha podido captar.



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