En el nutrido pelotón de las vueltas ciclistas que hacíamos con chapas a
lo largo y ancho de la geografía doméstica, la pegatina de Gorospe
vestía la chapa más lisa y pulida. Si la tensión de sacudir al ídolo provocaba un retraso impropio, algún gregario era rápidamente sacrificado para empujarle al pelotón cabecero. Y es que, antes que de que lo desbancara la simpatía de Jokin Mújika, mi primer ciclista favorito fue Julián Gorospe. Mi primer héroe
En un caluroso mediodía de julio estábamos los Alastruey al completo en las piscinas municipales de Sabiñánigo. Eran los tiempos en que se corría la Clásica Zaragoza - Sabiñánigo, prueba a la que le tenía especial cariño. El recorrido de Zaragoza a Sabiñánigo se complementaba con vueltas al circuito de Cartirana y permitía ver a los ciclistas en más de una ocasión, mitigando esa frustración que provoca aguardar durante horas el efímero paso de un pelotón ciclista sin distinguir poco más que el envidiable sonido de sus bicicletas.
La carrera había terminado y, para mi sorpresa, un nutrido grupo de corredores apareció en las piscinas con el fin de darse una ducha. Tras refrescarse, algunos ciclistas se sentaron en una terraza a la sombra aguardando el momento de emprender viaje hacia su próxima prueba. En un corrillo cerca de donde nos encontrábamos distinguí a Rubén Gorospe, hermano pequeño de Julián.
Supongo que yo lo miraba boquiabierto y sin pestañear cuando mi padre se acercó y me llevó de la mano hasta donde estaba el corredor y le explicó al deportista que yo era seguidor de su hermano. Más que la presencia del ídolo me llamó la atención la naturalidad con la que mi padre se dirigió al ciclista y la cercanía en la reacción del pequeño de los Gorospe. Aquel día conocí a Rubén Gorospe, sí, pero el recuerdo más perenne es la lección que me dio mi padre: nuestros héroes también son humanos.
El pasado domingo tuve la gran suerte de poder asistir a la décima edición de la Carrera Boca del Infierno en la Selva de Oza (Valle de Hecho), prueba fruto de la suma de unas cuantas heroicidades encomiables. Andaba yo pensando en ello cuando aparecieron por la línea de meta dos invidentes que, apoyados por dos guías cada uno, habían completado el recorrido (un sube-baja por senderos estrechos plagados de piedras, raíces y todo tipo de dificultades)
Nuestros héroes son humanos. Y además vivimos rodeados de humanos que son auténticos héroes.
Supongo que yo lo miraba boquiabierto y sin pestañear cuando mi padre se acercó y me llevó de la mano hasta donde estaba el corredor y le explicó al deportista que yo era seguidor de su hermano. Más que la presencia del ídolo me llamó la atención la naturalidad con la que mi padre se dirigió al ciclista y la cercanía en la reacción del pequeño de los Gorospe. Aquel día conocí a Rubén Gorospe, sí, pero el recuerdo más perenne es la lección que me dio mi padre: nuestros héroes también son humanos.
El pasado domingo tuve la gran suerte de poder asistir a la décima edición de la Carrera Boca del Infierno en la Selva de Oza (Valle de Hecho), prueba fruto de la suma de unas cuantas heroicidades encomiables. Andaba yo pensando en ello cuando aparecieron por la línea de meta dos invidentes que, apoyados por dos guías cada uno, habían completado el recorrido (un sube-baja por senderos estrechos plagados de piedras, raíces y todo tipo de dificultades)
Nuestros héroes son humanos. Y además vivimos rodeados de humanos que son auténticos héroes.
2 comentarios:
Yo también crecí con mis héroes ciclistas, aunque eran anteriores ... cuestión de edad: José Manuel Fuente, Luis Ocaña, Gallos, Aurelio González, ... aunque recuerdo con nostalgia esa generación de Gorospe, Angel Arroyo, Fede Echave, Ruiz Cabestany, Chozas, Álvaro Pino, Lejarreta, el malogrado Alberto Fernández y por supuesto, el gran Perico Delgado.
Modestino:
Entre los que nombras hay auténticos ídolos, como Marino Lejarreta o Peio Ruiz Cabestany. Y todos ellos desgastaron el encerado del pasillo familiar a lomos de sus chapas.
¡Un abrazo!
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