jueves, 9 de noviembre de 2006

Dresde

Dresde es una ciudad oscura en apariencia pero brillante en sus entrañas. Aunque sus habitantes han querido conservar negruzcas las piedras de algunos de sus monumentos en recuerdo al salvaje bombardeo incendiario de la noche del 13 al 14 de febrero de 1945, la iluminación nocturna es un auténtico regalo para la vista.

Son apenas las ocho de la tarde y las calles del centro están desiertas. Es un auténtico privilegio pasear en silencio y contemplar la sucesión de monumentos: el Zwinger, la ópera Semper, la Catedral, el Palacio y ese puente estilo veneciano que el rey, obligado a convertirse al catolicismo para poder serlo, construyó para poder ir a misa sin ser abucheado. Paso a paso, esquivando los raíles de tranvía y sin apenas reparar en el trecho recorrido por la imparable sucesión de monumentos se llega a la Frauenkirche, iglesia barroca luterana construida en su día únicamente con fondos locales y destruida también en los bombardeos de 1945. Conservadas las ruinas como recuerdo de la barbarie, desde 1994 y hasta octubre de 2005 se acometieron las obras de reconstrucción financiadas únicamente con donaciones particulares. Al margen del interés arquitectónico, es un monumento que merece la pena ser visitado por la cantidad de sentimientos que transmite al visitante.


Junto a la Frauenkirche, una estrecha calle con terrazas a pesar del frío y el bar "Las Tapas", de cuyo techo cuelgan orgullosos unos cuantos jamones (y vaya web, olé). A su lado, el Ayer's Rock, un cálido restaurante australiano donde un pianista inglés maneja con maestría el tempo de una velada que puede consistir en un plato de carne de canguro, de avestruz o de cocodrilo acompañada, cómo no, de una buena jarra de cerveza.

Con una sonrisa en la boca comienzas a desandar el camino hacia el hotel y las sensaciones se tornan agridulces al pensar en ese lugar, prácticamente antes de ayer, atestado de cadáveres calcinados y axfisiados, de vidas sesgadas en nombre de a saber qué justificación. Una sola mirada hacia el hotel en el que se hospedó Hitler y vuelve un escalofrío, aunque la temperatura no sea tan baja como cuando estuvimos en febrero, sólo aliviado por la agradable compañía y una amena conversación.

La mañana del día 8 nos sorprende con sol y con 24 horas de WiFi por 24'50 €. Charlas, reuniones, la diminuta fuente que mana chocolate, la sensación de llevar todo el día comiendo y un avistamiento de router Fon en la zona. Cena con vino italiano y la visita de rigor, atravesando una suave noche, al bar del pianista. Una cerveza, un poco de lectura y a dormir.

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