viernes, 10 de noviembre de 2006

De Dresde a dResde el Salto de Roldán

No hay mejor despertador que el del cerebro. No suele fallar en las grandes ocasiones y levanta la persiana de los ojos con puntualidad suiza, adelántandose al timbre del instrumento programado para tal fin (evitando de paso el desagradable respingo). Dresde no es una excepción y me despierto pocos minutos antes de la hora prevista. Hora de volver a casa.

Doy carpetazo a la maleta y abandono la 507 sin saber para qué sirve el extraño instrumento que cuelga del techo de las habitaciones del Hotel: una especie de campana invertida en cuyo interior hay un ventilador que, al accionar un interruptor (de los de la luz), se pone en marcha junto con un fluorescente que chispea durante unos instantes y luego, al igual que el ventilador, se apaga. Debería haber preguntado.

Nos llaman a un taxi. Aunque nos espera unos minutos en la puerta, pone a cero el taxímetro una vez entramos en él. Cruzamos el Elba y nos vamos despidiendo de Dresde. Nos hemos vuelto a quedar sin ver los angelitos de Rafael. Habrá que volver.

El control de seguridad en el aeropuerto está mejor organizado que en Madrid. Afortunadamente no se repite la cancelación de febrero y partimos a la hora prevista. Pisamos un frío Munich. Visita de médico pues salimos puntuales hacia Madrid. Qué bien.

El viaje es tremendamente confortable. Disfrutamos el paisaje de la ventanilla acompañado por la información del mapa que nos indica el lugar sobrevolado. Nos preguntamos por dónde cruzaremos los Pirineos justo cuando las pantallas conmutan a una teleserie o película. Mecachis.

Pocos minutos después, siluetas conocidas: un pico cilíndrico nevado, dos grandes embalses al fondo, mmm... Las inconfundible cicatrices de Ordesa y Añisclo nos confirman que sobrevolamos el Pirineo Aragonés. Con cierta emoción, distingo claramente Broto y su valle, el Pico Berroy y la peña Canciás, Monrepós, el Pico del Águila y hasta el Salto de Roldán. Las horas en compañía del SigPac han valido para algo más que para distinguir antenas. Bolea y su colegiata es lo último destacable antes de ver Zaragoza en la lejanía y comenzar el descenso hacia Barajas.

Esta vez en el aeropuerto se nos hace más corto el trayecto a través de las cintas. Tampoco está Bunbury con Nacho Vegas como tres días antes. Qué delgado está.

Tras otro paseo por los subterráneos de Madrid, llego a Atocha. Tras hacer más de cuarenta minutos de exasperante cola, consigo cambiar el billete para volver antes a Huesca. En la cola de acceso, la primera cara conocida, signo inequívoco de la inmediata llegada a Huesca.

No hay comentarios: