Tres días antes del primer 
derbi en La Romareda soñé que el Huesca había ganado cero a dos. Por 
entonces aún trabajaba en la delegación oscense del Heraldo. E incluso 
vivía en Huesca, en la calle Monasterio de Sigena para más señas. 
Recuerdo que lo primero que hice fue mandarle un mensaje a Petón con lo 
que había soñado. Nuestro diálogo aún era fluido en aquella época, 
previa a la contaminación posterior que fue afectando al club y de la 
que no tiene mucho sentido hablar en este foro.
El
 día del partido comí con la gente de la peña Pim Pom Fuera en un 
restaurante de la calle Juan José Rivas. No era la mejor zona para quien
 bajara en coche (tampoco os lo ponemos fácil, ¿verdad 
señor Alastruey?), pero al final todo el mundo se las apañó para llegar 
con puntualidad y disfrutamos de una estupenda comida. Para mí era día 
de trabajo, así que tuve que controlarme con la bebida.
Con
 tales prolegómenos y el sueño que había tenido en la víspera, no es de 
extrañar que mi corazón estuviera dividido. Soy de Zaragoza y del 
Zaragoza, pero cuando comenzó el partido, vi la  alegría que transmitían
 desde la grada los cinco mil aficionados del Huesca y marcó Rubén 
Castro el 0-1 de penalti comprobé que mi corazón estaba dividido, sí, 
pero en un 80 por ciento de sentimiento azulgrana y un 20 blanquillo. 
Supongo que si alguien está leyendo este relato pensará: "Pues entonces 
no es que fueras muy aficionado del Zaragoza..." La verdad, no sabría 
muy bien qué responderle.
Durante
 el encuentro hubo un punto de inflexión que varió mi forma de vivirlo. 
Con el 0-2 y la proliferación de cánticos de la grada oscense que podían
 resultar hirientes aunque no llevasen esa intención, empecé a 
sentirme un poco incómodo y mucho más neutral, algo que además resultaba
 conveniente para un periodista que después debía escribir una 
crónica en un periódico regional. Así que en cierta forma, el 2-2 final 
me dejó bien. Era mejor resultado para los visitantes, que habían estado
 cerca de lograr una hombrada y entre cuyos aficionados tenía y tengo 
buenos amigos, y al mismo tiempo no suponía un gran desastre para el 
Zaragoza, que además había conseguido igualar con brillantez y un hombre
 menos el encuentro.
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