Creo que nadie duda que estamos inmersos en una era de múltiples cambios. La ventaja (o desventaja, según se mire) de este fenómeno es que en la mayoría de las ocasiones no nos damos ni cuenta.
Esto explica que hoy haya pasado desapercibido mientras me paseaba por las calles oscenses con un globo de hielo pegado al lado derecho de mi cara. Por muy berlanguiana que fuera la escena, estoy convencido de que todo el mundo lo veía como algo normal ya que en vez de un globo con agua helada la gente pensaba que iba yo hablando tranquilamente por mi teléfono móvil.
No conforme con eso, por la tarde he cambiado el recatado globo (recatado por su tamaño que no por su color amarillo) por una bolsa de hielo de considerables dimensiones. Nuevamente he logrado pasar desapercibido, pues bien podría parecer que iba con el transistor pegado a la oreja escuchando alguna importante retransmisión deportiva o a saber qué.
Perdida ya toda la vergüenza me he cruzado con una pareja (jovenzuelo y jovenzuela) que iban compitiendo en una extraña prueba: a ver quién escupía más lejos.
Y a mí, que iba paseando sin reparo alguno con mi bolsa de hielo pegada a la oreja, no me han pasado desapercibidos y me he visto obligado a mirarlos con cara de estupefacción
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