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Después de desayunar toca nuestra primera toma de contacto con los niños del centro juvenil Don Bosco de Mekanissa. El "Don Bosco Youth Centre" es un centro de día al cual acuden diariamente (de lunes a domingo) unos 500 niños con edades que abarcan desde la guardería hasta la educación secundaria. Entre las 8 de la mañana y las seis de la tarde los niños estudian, almuerzan, juegan, comen, lavan su ropa, se duchan (los fines de semana) y son atendidos por el proyecto en el que trabaja Teresa. Este último punto cobra especial relevancia si tenemos en cuenta las dificultades de acceder a cualquier tipo de atención sanitaria en el país. Una enfermera etíope que trabaja en el centro se encarga de las primeras atenciones. Si el asunto tiene más enjundia, Teresa o alguno de los voluntarios se encargan de llevar a los niños al Hospital y pagar la factura correspondiente, al igual que sucede con las medicinas. En definitiva, 500 niños viven en el centro Don Bosco de Mekanissa gracias en gran medida al dinero que solidariamente envían muchos oscenses desde Huesca en el marco de la campaña "Luces por Etiopía" de la ONG Entarachén Vols.
Llegamos a la zona del colegio a la hora del recreo. A esa hora, a cada niño se le reparten dos galletas a modo de almuerzo. Tan pronto estamos a la vista de los pequeños somos rodeados por los benjamines del centro, que se disputan coger nuestra mano. Mientras nos preguntan nuestro nombre - algunos - o llaman nuestra atención con ese "you, you, you" que terminaríamos denostando al final del viaje -otros-, la algarabía se organiza de manera que terminamos con varios niños cada uno cogiendo uno de nuestros dedos.
Reconozco mis nervios en esa primera toma de contacto. La suciedad, los olores, las toses..., todas las barreras mentales que había traído de España se te pasan por la cabeza en ese primer instante. Pero en el momento en que te das cuenta de que todos esos niños, sin apenas excepción, te ofrecen sus galletas - es decir, todo lo que tienen- te das cuenta de que esas ataduras mentales que traías contigo son una soberana estupidez.
Es gracioso ver cómo los niños se comunican unos a otros nuestros nombres. Aunque los más mayores hablan un poco de inglés, los niños hablan en amárico por lo que entendernos con los canijos será un reto tan desesperante como divertido a lo largo de nuestra estancia.
En el recreo los niños se entretienen con cualquier cosa. Es chocante - sobre todo cuando vienes del primer mundo y ves la saturación de juguetes que tienen nuestros niños - ver con qué juegan los niños etíopes: cualquier plástico con algo de aire dentro es susceptible de ser utilizado como balón; un pedazo de tubería más un alambre - puntiagudo y oxidado, cómo no - se convierte en un aro que arrastrar a toda pastilla por el patio; y si no, la violencia física en forma de patadas y manotazos también permite pasar el rato.
A las 12 vamos a comer a la Comunidad Salesiana. Aunque a lo largo de la mañana Teresa nos ha ido presentando a toda la gente que trabaja allí, es el momento de vernos todos las caras. Tras la bendición de Abba Aristide, responsable de la Comunidad, la primera oportunidad de probar la comida nacional de Etiopía: la injera (inyera).
Después de la comida y de unos minutos de pausa reparadora en la casa de los voluntarios, volvemos al patio. Allí inicio la actividad que más demandada me sería a lo largo de toda la estancia en el colegio: el alzamiento de niños. Aunque la tarea termina siendo agotadora, por muy cansado que estés cuesta parar. Primero, por lo reconfortante de sus risas y gritos de júbilo y luego porque es imposible decirle que no a alguien que te mira con unos ojos como los de Su-Fan. Y eso sin contar su destreza en el arte pucherístico cuando yo trataba de anunciar el final del festival aéreo.
Culminamos la tarde asistiendo a una clase de bailes tradicionales etíopes. Mientras en el exterior caían chuzos de punta (era época de lluvias en Addis Abeba) nos quedamos embobados por los movimientos de hombros que caracterizan sus danzas.
Cuando salimos al exterior, el chaparrón había traído consigo una considerable bajada de temperatura. Hacía frío y muchos niños estaban empapados. Mientras me preguntaba "¿cómo puede ser que no tengan frío?", vi a un niño de unos 12 años sentado solo en un banco. Le pregunté su nombre y al darle la mano en forma de saludo me sorprendí al comprobar que estaba helado de frío. Le intenté dar algo de calor con mis manos, gesto que agradeció sin palabras pero con una sonrisa descomunal. Entonces me di cuenta de que no es que no tuvieran frío sino que simplemente asumen el frío y no se quejan. Lo sufren y punto.
De camino a casa aún tuve tiempo de un segundo bautizo de realidad cuando una niña, mostrando unas generosas cascadas brotando de su nariz, le pidió un pañuelo a Al. Cuando éste le dio el pañuelo, la niña se echó a reir, lo guardó en el bolsillo y se marchó no sin antes buscar otro pichón al que pedirle un nuevo obsequio.
Cenamos en la casa de los voluntarios con Teresa (la nuestra), Teresa (voluntaria italiana), Theresa (voluntaria austríaca), Shanae (otra voluntaria austríaca) y Luca (voluntario italiano). Puré de verduras, hinojo y dobladillos de Berdún de postre recién aterrizados de España.
Un rato de agradable tertulia precedió al primer ejemplo de la precariedad de las condiciones tecnológicas del lugar. La conexión a Internet - vía tarjeta 3G - apenas pasaba de los 10Kbps (para que os hagáis una idea, Teresa me comentó que en los últimos años no ha podido ver nunca un vídeo en Youtube) y aunque los móviles indicaban buen nivel de cobertura, resultaba harto difícil establecer una llamada o simplemente enviar (o recibir) un SMS.
Tras un intento -frustrado por la tecnología- de ver un capítulo de "Anatomía de Grey", vimos el capítulo inicial de la serie "Lost". Enseguida el cansancio y la altitud de Addis Abeba (2.300 metros sobre el nivel del mar) dieron con nuestros huesos en la cama a eso de las 21:30 (20:30 hora española).
[Escrito el 28/09/2013]
Enlace a la próxima entrada: [Etiopía - 03] Guardería y Mercato
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