martes, 27 de agosto de 2013

[Etiopía - 03] Guardería y Mercato

El martes fue nuestro primer contacto con la guardería. Aunque estábamos en época de vacaciones y los niños no tenían colegio, los más pequeños sí que acudían a clase.

Al llegar por la mañana al patio, te das cuenta de que los niños llegan helados de frío. Poco a poco, conforme los primeros rayos de sol elevan la temperatura van entrando en calor pero no por ello deja de impresionar tocarles. Más aún cuando eres testigo de que ese frío no impide que se metan debajo de la fuente para lavarse si así lo consideran oportuno.

La voz de Donato - clérigo italiano que entrega su vida en el Don Bosco Youth Centre - informa a los pequeños que es hora de subir a clase. Como las maestras están de vacaciones, las chicas más mayores del colegio ejercen de profesoras. Un conato de fila en la puerta del aulario precede a la estampida de los niños hacia el primer piso, donde están las aulas.

Nuestra primera tarea es echar una mano a los más pequeños en las tareas de caligrafía. Se trata de que aprendan a coger bien el lapicero, a tratar bien sus cuadernos y a garabatear caracteres de izquierda a derecha respetando un espacio en blanco entre línea y línea. Entre los pequeños hay de todo: desde niños muy aplicados a los que hay que ir subiendo la dificultad de los trazos hasta canijetes tan pequeños que no llegan ni a la mesa sentados y tienen que escribir de pie. En cualquier caso, la nota común es que todos ellos son niños que necesitan y agradecen cualquier estímulo que reciben. Impresiona.




Antes del recreo, Teresa activa a los niños con una canción en la que les enseña la cuchara, el cuchillo y el tenedor. Un par de galletas y a jugar.

Después del recreo, cambiamos de grupo. Esta vez vamos a supervisar unas partidas de "memory". Para incentivar el juego, Teresa premia con un caramelo al vencedor de cada partida.

Por la tarde, acompañamos a Teresa al Mercato pues hay que comprar el material escolar para el curso en ciernes. Vamos sobre aviso porque A. y Al. ya estuvieron con Luca la tarde anterior y ya sabemos que nos vamos a encontrar un caos de grandes dimensiones. Aun así, la realidad una vez más supera cualquier expectativa que pudiéramos tener.

Conducir en Etiopía es radicalmente diferente a lo que estamos acostumbrados en España. Aunque le resta peligro la imposibilidad de coger velocidad (auténticos agujeros en la calzada y sobre todo la presencia continua de peatones y animales lo impiden) el desorden y la enorme cantidad de moradores de la carretera lo convierten en todo un arte (no me extiendo más porque Emanuele Ragni lo explica mucho mejor que yo). A trancas y barrancas y tras ser informados por un viandante de que en medio del atasco nos acababan de robar uno de los tapacubos de la furgoneta- olé- llegamos a la zona del Mercato.



El Mercato es un área comercial organizada por gremios. Está la zona donde puedes encontrar materiales de construcción, la zona donde puedes comprar quesos, ... o la zona donde puedes encontrar material de papelería, que fue nuestro destino. El desorden es tal que hay gente cuyo trabajo es llevarte a la zona donde está lo que buscas, hecho que unido al color de nuestra piel dificultaba la tarea de dar un paso sin escuchar o bien el "you, you, you" o el otro gran hit del lugar: "farenyi, farenyi".

Calculadora en mano para gestionar los imprescindibles regateos, Teresa fue adquiriendo el material escolar. Cuadernos de caligrafía, cuadernos de matemáticas, lapiceros, gomas de borrar, reglas, sacapuntas (bueno, para Teresa y para mí tajadores pues aunque Teresa viva en Addis Abeba sigue siendo tan oscense como la vajilla de la Granja Anita*). Todo para ser entregado a los 500 niños de manera gratuita.

A cambio de unos pocos birrs, empleados del lugar nos portearon las cajas hasta la furgoneta. Mientras aguardábamos a que llegara la otra expedición que había ido en busca de las bolsas en las que se entregaría el material a los estudiantes, vimos una oficina de Correos. En Addis Abeba no existen direcciones postales (muy pocas calles tienen nombre) y por tanto las cartas se envían a apartados postales que cada ciudadano acude a revisar en la oficina de Correos de su distrito. En estos pequeños detalles se aprecia la dificultad del día a día del trabajo que realiza Teresa porque cada tarea cotidiana, por ridícula que nos pueda parecer en el primer mundo, tiene su aquel. Así, con las bolsas ya pagadas y cargadas en la furgoneta la compra estuvo a punto de truncarse por el simple hecho de que los vendedores no podían hacer un recibo de la misma. Comoquiera que el recibo era imprescindible para justificar a los donantes de España el gasto realizado, Teresa tuvo que lidiar - y de qué manera- hasta obtenerlo.

De regreso al colegio, me involucré un rato en los juegos de los niños. Cuando el silbato de Donato señaló la hora de ir a casa, acompañé a unos cuantos hasta la puerta. Si bien a algunos niños los van a recoger, me llamó la atención el trayecto al que tienen que enfrentarse - algunos de ellos solos- una vez pasada la verja de la escuela con lo pequeños que son. Al igual que en cualquier momento del día, los menos pequeños (que no mayores) ejercían de protectores para los más chiquitines y así, a través de calles embarradas y cruzando las calles del loco tráfico de Addis Abeba enfilaban el camino a casa.

En la casa, Teresa e I. preparan judías verdes, brócoli y tortilla francesa para cenar. Después, compartimos una cerveza etíope (San Jorge) mientras vemos una nueva entrega de "Lost" y nuevamente sobre las 21:30 a dormir. Si hasta ahora habíamos dormido del tirón, esta noche I. va a ser incordiada por una horda de virus infantiles.
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* Esta expresión se la tomo prestada a Carlos Espatolero ;-)
[Escrito el 28/09/2013]

Enlace a la próxima entrada: [Etiopía - 04] Emmaguey


 

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