Por la tarde teníamos que hacer un
par de gestiones por Addis Abeba. La primera - a priori sencilla - era
ir a la agencia de viajes a pagar el recorrido que íbamos a realizar por
el Norte de Etiopía. La segunda - trivial desde el punto de vista
occidental - era cambiar o sacar dinero.
Pues
bien, encontrar la agencia de viajes nos llevó algo más de dos horas.
Supongo que el lector se preguntará por qué no miramos la dirección pero
es que, como comenté en una entrada anterior, en Addis Abeba no hay
direcciones. Como referencia para localizar el lugar teníamos el Hotel
Axum. No sin cierta dificultad y pocos segundos después de rodear una
rotonda en la que unos burros comían hierba tranquilamente, conseguimos
divisar el hotel. Hicimos varios intentos de preguntar a viandantes. De
hecho, dos de ellos incluso se subieron a la furgoneta para darnos
indicaciones: el primero terminó dándole su teléfono a Teresa por si
alguna vez necesitaba un pintor y el segundo subió a cambio de unos
birrs porque parecía saber dónde se encontraba nuestro destino.
Comoquiera que seguíamos sin dar con el lugar, pedimos una nueva baliza
al encargado de la agencia que nos indicó "A 300 metros del Hotel veréis una obra con una lona azul, allí giráis. No busquéis cartel, que lo hemos quitado".
Así, guiados por la citada lona azul terminamos en la sede de Medicos
Sin Fronteras desde donde Teresa volvió a llamar obteniendo un escueto "Esa calle no: la de antes".
Fuimos a la calle de antes, a la de después y a la de enfrente. También
nos quedamos medio atascados en un parking privado en el que Teresa
tuvo que hacer cabriolas para poder salir marcha atrás. A la tercera
llamada, y conscientes de que no debíamos de andar muy lejos, en la
agencia decidieron enviarnos un coche para guiarnos y así, varias obras
con lonas azules después, conseguimos llegar a la agencia.
Localizar
el cajero no costó tanto porque el Hotel Hilton es fácilmente ubicable.
Sin embargo, la dificultad de la acción consistía en encontrar un
cajero automático que funcionara. Por fortuna, al tercer intento lo
conseguimos y en medio de ese oasis de contraste occidental en Addis
Abeba nos hicimos con los birrs que necesitábamos.
Ya
de vuelta a casa, y bajo un diluvio considerable, un peatón que cruzaba
delante de nosotros se percató de nuestro color de piel, sacó unas
gafas de sol de su bolsillo y se las intentó vender a Teresa. Esa
situación, hilarante en sí misma en y que me produjo cierta risa en un
primer momento, se torna cruel cuando te paras a pensar que ese señor
sacó del bolsillo lo primero que encontró con el único objetivo de
obtener dinero a cambio. Y es que en el fondo, en Etiopía los
extranjeros - farenyis- no somos otra cosa más que billetes con patas.
[Escrito el 28/09/2013]
Enlace a la siguiente entrada: [Etiopía - 08] Sol, gimnasia, pulseras y música
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