viernes, 6 de septiembre de 2013

[Etiopía - 18] Sin palabras


Con el sabor al té que nos prepara Teresa todas las mañanas acudo al colegio. Para contrarrestar la costumbre de los niños de meterse debajo del grifo cuando más frío hace he cogido el hábito de pasear con ellos al sol hasta que llega la hora de que los más pequeños suban a clase. Subo con ellos hacia las aulas y tras unas canciones retomamos la actividad caligráfica. Lo cierto es que en pocos días se perciben avances y es que, como bien dice Teresa, lo que más necesitan estos niños es estimulación. Y a fe que en don Bosco la tienen.

Durante la época de vacaciones escolares en la que nos encontramos, las chicas más mayores ejercen de maestras para los más pequeños. De primeras, llama la atención el trozo de tubería flexible que enarbolan intimidatoriamente para impartir disciplina, pero con el paso del tiempo lo que verdaderamente destaca es el cariño que transmiten en su tarea hacia los más pequeños. Hoy en el aula, además de los niños de la guardería está la hija - todavía pequeña incluso para la guardería- de una de las chicas mayores del centro. La criatura, un entrañable retaco risueño de pelo rizado, se sienta con las profesoras y es la niña de los ojos de todo el mundo en el centro: desde Donato y Teresa, que la come a besos cuando se la cruza por el patio, hasta los mismos críos de la guardería. La niña garabetea con unas pinturas al lado de Y., que también se afana - cuando las consultas de los niños lo permiten- lápices en mano.
Durante la segunda parte de la clase, las maestras proporcionan cuatro piezas de Lego a cada niño para que jueguen un rato. Cuando veo que empiezan a aburrirse, intento que compartan las piezas con sus compañeros de pupitre para hacer figuras más grandes pero lejos de conseguir mi objetivo, me veo obligado a ejercer de mediador para reintegrar los bloques a sus legítimos propietarios. Según me explicaría Teresa luego, a los etíopes les cuesta bastante trabajar en equipo y compartir (exceptuando la comida, cuya compartición está culturalmente arraigadísima)

Se acerca la hora del recreo y la tensión es más que palpable en los niños a los que cuesta poner en fila para salir del aula dirección a las galletas. Cuando sale el último niño hacia el pasillo, Y. me da un dibujo y, poco antes de salir corriendo casi tan rápido como los niños, me da las gracias por haberles ayudado en la clase con una sonrisa que me deja sin palabras.

  [Escrito el 17/11/2013]

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un dibujo muy apropiado para ti, jajaja
BVA

Nacho Alastruey Benedé dijo...

@BVA

Y que lo digas. Lo tengo a buen recaudo (jeje)

¡Un abrazo!